VENIDOS Y QUEDADOS O SEA “V Y O”

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Buenos Aires Sos (BAS), (Por Alejandro Pairone).-Aunque el término «Venidos y Quedados (VyQ)» fue acuñado por los patagónicos para definir a todos los transplantados para allá, lo seguro es que dibuja más acabadamente a la situación de por acá. Debe ser Buenos Aires y no la inmensa Patagonia la que mayor cantidad de VyQ tiene entre sus habitantes. Aquí debe haber, estadísticas al margen, un ir y venir conformado por la llegada de jóvenes y la partida de adultos; los chichos que vienen a comerse el mundo en la ciudad y los adultos que regresan al barrio en busca del patio con pasto en el fondo para criar el perro y los pibes que luego emigrarán al igual que él dos décadas antes. Miles se vienen a combatir en Buenos Aires desde todos los rincones de la Argentina, y aledaños, a dar pelea por un espacio bajo el sol con la confusa ilusión de que es este el (EL) lugar donde vale la pena, donde hay posibilidades de un camino. Acá es donde está todo en tal cantidad que es inabarcable, y lo que cuenta es saber que lo hay al alcance de la billetera, si se la tiene: cines, teatros, exposiciones, bares, restaurantes, parques, ferias, recitales, estadios de fútbol, celebridades, libros y hasta oportunidades; todo y a la vez nada. Hay de todo pero mucho no existe en la realidad individual porque no se usa. Sólo rige la sensación de que hay y por eso vale la pena. Es como la sensación de la democracia liberal, que me permite elegir lo que no voy a tener ni usar. A los millares de VyQ neo-porteños hubo en un momento en que algo de eso o de otra cosa nos sedujo y nos impulsó a dejar el barrio o el pueblo. Algo que queríamos o buscábamos estaba acá y no allá. En Quilmes, a la mitad de los setenta Buenos Aires era algo lejano que a lo sumo se convertía en algún cine de Lavalle un sábado por la tarde cada tanto, con paseo por Florida y morfi incluido en CherBurger, la primera que llegó de todas esas que vinieron después. Era una larga travesía en colectivo-tren-subte para llegar al centro del mundo y creer verdaderamente que se estaba en el centro del mundo. Luego fue creer que acá estaba «la joda», simbiótica con una humillante certeza de que «La Capital» era una vanguardia que nos hacía sentir pueblerinos, pero más importantes cuando, de regreso al Pago, uno podía ser el centro de la escena al contar la experiencia porteña en los bailes de GEBA, como una expedición galáctica ante quienes ni siquiera miraban al cielo. La elección de la Universidad estuvo marcada por los sábados de cine y las noches de GEBA. Era la oportunidad de ser y estar donde antes sólo iba a mirar: era al fin ser parte. Y de a poco, de tanto viaje uno se va quedando una que otra noche hasta que finalmente se queda ya definitivamente para convertirse en un genuino VyQ. Y ser un VyQ es una condición diferente del porteño al natural. Nosotros optamos a veces por error, a veces por ingenuidad, a veces por un sueño o una ilusión que perseguimos toda la vida, pero por lo que sea, el VyQ no tuvo a la ciudad como novia de la infancia, que lo vio desde el jardín hasta salir del secundario. Los VyQ nos enamoramos de golpe, luego de verla un par de veces y a los apurones en la puerta de un cine y a la salida de un baile en GEBA. Fue enamoramiento y posesión desenfrenada que nos hace padecer odios y amores: te odio en verano, Buenos Aires del microcentro gomoso e incendiario. Te adoro de noche, por las grandes avenidas en silencio donde durante el día es todo locura pero a la noche los sonidos son susurros. Por eso, los VyQ no somos costumbre, tedio o aburrimiento. Por eso algún día nos vamos de regreso al Pago, y ya no de visita; los de entonces, pero no los mismos. Porque lo intenso no requiere de explicaciones, y así como no sabemos por qué llegamos, tampoco por qué nos vamos. Pero sí sabemos lo que somos, aun cuando nos defina una palabra que inventaron para otros. Alejandro Pairone

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