Astiz, el represor que podría salir de la cárcel

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El genocida podría ser beneficiado con prisión domiciliaria. La noticia se conoció en vísperas del 24 de Marzo, Día de la Memoria.

La excusa por la que se pretende que el genocida Alfredo Astiz abandone la cárcel -un cáncer de próstata en etapa de control- parece tan endeble que es absolutamente innecesario citarla como argumento. La noticia sobre su posible prisión domiciliaria llega en vísperas del 24 de Marzo, Día de la Memoria.

Astiz, conocido como «Rubio» en el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada, era el hombre seleccionado por sus jefes para delicadas operaciones de inteligencia. Sus víctimas fueron los integrantes del grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, que se reunía con la intención de recolectar- moneda sobre moneda- dinero para publicar una solicitada con los nombres de los desaparecidos. En ese grupo había dos monjas francesas, Leonie Duquet y Alice Domon, pero a Rubio no le importó. Al contrario, estaba convencido de que eran «peligrosas comunistas».

Había varias madres de desaparecidos, mujeres mayores, de las que podría haber sido hijo, pero tampoco le hizo mella. Tan bien hizo su trabajo de infiltrado, de manera tan eficiente se hizo pasar por el doliente hermano de un secuestrado cuyo paradero se desconocía, que Azucena Villaflor, la ama de casa de Avellaneda que fundó Madres de Plaza de Mayo, estuvo a punto de llevarlo a dormir a su vivienda. Incluso, dolorida por la tortura en la ESMA, preguntaba por él horas antes de ser arrojada a las aguas del océano Atlántico desde un avión Skyvan, en un vuelo de la muerte.

El Rubio también le disparó a una adolescente sueca, Dagmar Hagelin, a quien confundió con una jefa de Montoneros. Como en el caso de las monjas, su superior, el Tigre Acosta -de quien el propio jefe de la Armada Emilio Massera dijo que tenía «una bomba atómica en la cabeza»- prefirió asesinarla antes de tener que enfrentar el reclamo internacional que de todos modos enfrentó. Acosta siguió usando a Astiz para misiones especiales

En Francia, lo mandó a incorporarse a un grupo de exiliados, pero fue reconocido y tuvo que huir.

Astiz, en plena democracia, dijo en una entrevista periodística que estaba entrenado para matar políticos y periodistas. Era un comando y de eso se jactaba, pero el informe Rattenbach sobre Malvinas lo marcó a fuego con sus conclusiones: se rindió sin disparar en las Georgias, como un cobarde.

En el último tramo de la megacausa ESMA, que finalizó en noviembre pasado, sus palabras fueron amenazantes. «Lo que empieza mal termina mal. Todo esto va a terminar peor», les dijo a los jueces del tribunal que lo condenó a prisión perpetua por segunda vez en la Argentina, porque ya tenía una condena similar en Francia. Ahora, si fuera liberado, no podría salir del país porque sería inmediatamente arrestado por la Interpol. Si no es en la Argentina, en algún lugar del mundo habrá justicia.

(Por Miriam Lewin)

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