Y Juana fue trasladada

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Ayer, el Gobierno Nacional, se dio otro «gustito»: el traslado del Monumento de Juana Azurduy de la plaza que queda detrás de la Casa Rosada a la plazoleta frente al Centro Cultural Kirchner.

Y, a mi modesto entender, se hace imprescindible hablar de esta mujer nacida en Chuquisaca en 1780 cuya figura histórica adquirió una inusitada relevancia en la última década, a punto tal que se vendieron muchísimos disfraces de Juana Azurduy para niñas que preferían a esta heroína sudamericana antes que las que nos importaba Disney.

Juana Azurduy fue, como tantas otras mujeres, un producto de su época.

Su matrimonio con Manuel Ascencio Padilla la llevó a la guerra de la Independencia, en un estilo de lucha que se conoció como “la guerra de republiquetas”, la que se asimila a lo que hoy conocemos como guerrillas.

Su inusitado valor hizo que don Manuel Belgrano la ascendiera al rango de tenienta coronela de las milicias. Y, según algunos historiadores, le regalara también una espada.

Pero ese valor no le sirvió a la hora en que Pueyrredón decidió desfinanciar el ejercito del Norte y, por extensión, al escuadrón de Los Leales que eran donde luchaban Juana y su esposo.

Pobres y perseguidos, la familia huyó hacia las montañas y pantanos en donde sus 4 hijos (dos varones y dos niñas) murieron de hambre, frío y enfermedades trasmitidas por los insectos.

Juana cayó prisionera y su esposo atacó la guarnición para rescatarla, cosa que logró pero a costa de su vida. Azurduy estaba embarazada entonces de su quinta hija y decidió ir a pelear junto a Güemes, que practicaba el mismo tipo de lucha.

Pero el caudillo fue muerto y Juana quedó en el más absoluto desamparo.

Intentó volver a su tierra pero las luchas intestinas del gobierno se lo impidieron, tornando su vida más desesperante aún.

Así murió. En la pobreza. Abandonada de todos.

Su entierro, en una fosa común, costó 1 peso…

Ayer, Juana volvió a ser condenada.

Ayer Macri logró sacarla de su ventana de la Casa de Gobierno y ponerla fuera de su vista.

La excusa es pueril: la construcción de un paseo que rodeará la unión de las autopistas Illia y Buenos Aires-La Plata (cuyas obras ni han comenzado).

Y también pasa que a Macri no le gustan ni los indios, ni los bolivianos, ni los revolucionarios, ni los morochos, ni los valientes, ni los pobres ni… las mujeres.

Y Juana Azurduy fue, por lo menos, todo eso.

(Por Carlos Caramello)

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