PERIODISTAS Y COPIACABLES

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Buenos Aires Sos.- 7 de junio de 2010.- (Por Rubén Derlis).-       Por absoluta necesidad del pan diario, y a falta de un oficio que la mayoría no poseía, no fueron pocos los poetas y escritores que mojaron su péñola en las agitadas aguas del periodismo. Y lo que en algunos comenzó como obligación autoimpuesta, fue a la postre exaltada vocación que desarrolló junto a la poética, teatral o literaria a las que debía fidelidad y acrecentaba con esfuerzo y fervor creativo, en tanto avanzaba en el nada fácil tirocinio de la noticia.

Y del libre, lírico y noctívago vagabundeo por los rincones de la ciudad, como al desgaire, atento sólo a su música interior, llevó la atención a cuanto bullía a su alrededor, filón de donde extraerá la nota, precisamente en las mismas calles de sonidos  abejeantes y presurosidad de hormiguero pateado, donde ahora la reverberante luz diurna parece no tener final, hasta hacer impensable el reparador conticinio.

Estos creadores, también periodistas, primero por fuerza mayor y luego por gustar doblemente de la vida –latirla y fijarla en crónicas–, supieron vigorizarse doblemente sin caer en  falsos prejuicios hintelectuales (gracias, cronopio Julio). Así nutrieron su poesía o su literatura con la verdad incontrastable, cotidianamente compulsada, a la vez que dotaron a la prosa de urgencia con su particular lenguaje y un color narrativo propio, lo que ya es  decir un estilo. Tampoco dejaron dentro del lápiz lo que junto a su escritura también fluyó: una ideología sentida con pensamiento y nervio que pudo y puede no ser compartida por muchos, pero cuya urdimbres más fuertes está tejida con hebras de humanidad.

Así fueron los Tuñón, Arlt, Olivari, Roxlo, Yunque,  Gerchunoff, Tiempo, Córdoba Iturburu, Blomberg, Scalabrtini Ortiz, Jauretche, Bas Ferreyra Basso, Cuadrado Hernández  y tantos otros que mi memoria no alcanza, hasta los más próximos de redacciones compartidas: Bayer, Agosti, Barone, Petcoff, Sdrech, Soler Cañas, Göttling, Fleitas, Llonto, Murray, Manauta…,  todos ellos con obras de creación personal (literaria, poética, ensayística, de investigación) que llevaron al libro, mientras el segundo oficio, ejercido con dignidad y pulso literario les proveía la manducación diaria. Y ni aquéllos ni estos diplomados en escuela de comunicadores, sino recibidos en la universidad de la calle, de prepo, a los tumbos, pero sin dejar materias pendientes.

Con las salvedades del caso –meritorias y honrosas– , los periodistas de esta nefasta posmodernidad se abren paso a codazos en las redacciones para ubicarse próximos al secretario general  –cuando no reptan hasta la dirección–, para obtener prebendas, siempre más cómodas que pelear en las calles con inteligencia y perspicacia la noticia esquiva. Y si de escribir notas se trata, ni hablar. En un paupérrimo lenguaje ausente de palabras propias e imaginación  –de estilo periodístico ni qué decir–, acomodan su escritura a la línea empresarial que los contrata, y nunca están en desacuerdo con el lápiz rojo que censura su pensamiento; y si lo están, callan. Se habían prometido ser periodistas libres y terminaron siendo escribas.

Estos escribidores aspiran a su propia columna con foto a la cabeza y firma al pie, porque ella enriquecerá su curriculum cuando se entreguen íntegramente (pues no sólo venden su pluma) a otro medio del sistema, donde seguirán en su vertiginosa carrera de opinadetodólogo…según directivas emanadas del directorio. Pero ya a estas alturas tienen su 4×4, son firma con reportajes televisivos, poseen propiedad en algún country, y saben que si persisten en su obsecuencia y en esa extraña vocación de vender con sus palabras las ideas de otros, no tardarán mucho en sentarse a la diestra de dios padre todopoderoso: el secretario general de redacción, a quien a su debido tiempo no dudarán en serrucharle el piso.

Pero si alguien les preguntara por su profesión, contestarán sin la mínima duda ni asomo de vergüenza: periodista. Como contestaba cierto personaje –morrudo, morochón y clinudo él– que conocí en mi juventud, que al preguntarle: “¿Dónde trabajás?”, respondía: “Formo parte del plantel de la Corporación Argentina de Productores de Carne”. “¿Y qué hacés allí?”. “Cargo reses”, respondía con seriedad, pues él creía pertenecer y confundía título con función. Símil exacto de  los “comunicadores sociales” a los que me refiero.

El periodismo se fue deshilachando y no será fácil zurcir con sus propios hilos la trama que vuelva a ser compacta. Por cada periodista que dice lo que hay que decir, hay diez  ex copiacables travestidos en informadores a la opinión pública que dicen lo que le dicen que diga. En estos tiempos, donde la biblia y el calefón discepoliano son una pálida metáfora, y a excepción de la dignidad y la entereza no hay nada que no se compre o alquile, no podía faltar en el amplio catálogo de las aberraciones, el mercenario de la información.

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