Pasan por la vida sin infancia. Sobreviven

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20 de enero de 2017.- (Por Beatriz Chisleanschi).-  Son los «Chiquilín de Bachín» de Astor Piazzolla o los «Once y seis» de Fito Páez. Niños y niñas que fueron excluídos desde su gestación por un injusto reparto de la riqueza. Nunca ganaron nada, no tienen nada para perder. No viven, pasan por la vida.

No saben del juego colectivo, ni del cuento nocturno, muchos siquiera llegan a alfabetizarse. No valoran al «otro» porque no puede haber un «otro» cuando no hay un sujeto. Hasta eso le han arrebatado, la posibilidad de constituirse en sujeto.

No se los ve como personas. Andan sueltos por la vida.

Se los puede ver en las plazas, en el subte, en las calles, en un comedor comunitario bregando por algo de comida o durmiendo en el cajero de un banco (vaya paradoja).

Sueltos. No hay sociedad dispuesta a sujetarlos, a darles su necesaria calidad de sujetos.

Cuando la carencia se torna una realidad cotidiana, todo vale y no hay ley, ni interna, ni externa.

Cualquiera que tenga algo más, ya es un enemigo y entonces, el límite entre delinquir y no hacerlo se diluye. El límite, como tal es inexistente.

Niños y niñas sin infancia que un día roban, o portan un arma o un cuchillo, muchos de ellos consumidos por el «paco». Y es allí cuando aparecen hombres y mujeres socialmente incluídos, con panza llena y «corazón contento» que dicen con dedo acusatorio ( y temeroso): hay que bajar la edad de imputabilidad, que vayan presos a los 14 años.

Pibes y pibas de 14 años, criaturas a quienes consideran que para el bien de los que algo poseen, mejor que estén tras las rejas o en reformatorios de menores. Definiciones que no hacen más que alimentar el círculo de la marginalidad y la exclusión y, por consiguiente, de la delincuencia.

Una vez más (nada es inocente) el pensamiento y la definición política arrancan por la forma y no por el fondo; por la consecuencia y no por la causa.

El ministro de Justicia, Germán Garavano, llamó a una «Comisión de Expertos» para que elabore un anteproyecto de reforma del régimen penal juvenil que luego será debatida en el Congreso.

Tal vez, alguno de sus integrantes pueda encender la luz de la justicia y transformar el anteproyecto en un régimen de inclusión de la infancia, no sea cuestión que la ley que establece la baja de imputabilidad a partir de los 14 años se sancione  y sus cómplices tengan que salir a vender «sus vergüenzas en flor».

 

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