GOMEZ RE, TRANSFORMADOR DEL TANGO

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Buenos Aires Sos (BAS).- Abril 2007.- Alejandro Dolina, escritor, músico y conductor de un programa de radio, se crió en el barrio porteño de Caseros. Como lo ha recordado más de una vez en verso: «Soy, señores de Caseros:lo digo con el pico, lo defiendo con el cuero». Gomez Re, el transformador del tango de «Crónicas del Angel Gris», por Alejandro Dolina » El arte nuevo –decía Ortega– es impopular por esencia. Y no es que las muchedumbres no gusten de él. Sucede en verdad que no lo entienden. Al parecer, los géneros de vanguardia van dirigidos a una minoría especialmente educada. Por eso despiertan irritación en la masa. Cuando a uno no le gusta una obra, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no hay motivo de encono. Pero cuando el disgusto que la obra provoca nace de no haberla entendido, queda uno como humillado, con una sensación de inferioridad que necesita compensarse con muestras de indignación. Hasta aquí Ortega y Gasset. Ya sin su ardua ayuda, podemos sospechar que muchos artistas aspirantes, habiendo comprendido los argumentos sobredichos, buscan la incomprensión como si se tratara de un valor estético. En ciertas circunstancias no es mala idea: muchas veces la desorientación de los pajarones es señal de que se está recorriendo el camino correcto. Sin embargo, buscando alejarse del entendimiento general, hay quienes se extravían en los distritos del mamarracho. No es muy audaz colocar el tango en el molde de estos criterios. Los tangos nuevos también son impopulares. El público y la crítica han dividido su opinión entre una minoría que los acepta y una mayoría que lo odia. Así se ha generado una de las polémicas más aburridas de la historia del pensamiento humano. En los años dorados del barrio de Flores, las almas sencillas disfrutaban los tangos sin análisis, sin doctrina y sin militancia. Un joven escuchaba Sueño Querido y se quedaba tan fresco, sin otras cavilaciones que las que podía sugerirle la modesta letra. Después, los Refutadores de Leyendas hallaron que los viejos tangos perjudicaban la pavimentación general y el funcionamiento de los motores eléctricos. — La velocidad de los modernos medios de transporte exige la creación de tangos adecuados –señalaban. Ya se sabe que algunos sectores de la población –los farmacéuticos, por ejemplo– son muy sensibles a las alegorías con aviones y carretas; por eso aceptan con entusiasmo transformar su alma cada vez que se extiende la red de subterráneos. En los bailes y teatros, los Refutadores interrumpían a los cantores para preguntar qué sentido tenía llorar el amor perdido en un mundo en el que existe la licuadora. Lo extraño del caso es que estas argumentaciones fueron aceptadas por los artistas tangueros con resignación y vergüenza. Muchos de ellos procuraron entonces situar sus obras –y hasta sus personas– a la altura del progreso con un entusiasmo menos adecuado para el arte que para las Sociedades de Fomento. Sin embargo –como siempre ocurre– el verdadero artista aparece por la puerta menos prometedora. Vale la pena que recordemos hoy a Néstor Gómez Re, el transformador del tango. En realidad, era un músico corriente que vivía en la calle Fray Cayetano. Tocaba el bandoneón con cierto decoro y dirigía un modesto sexteto. Tal vez el demasiado trato con estudiantes de derecho, psicólogos, operadores de radio y anestesistas acabó por avergonzarlo de su profesión. Cuando los primeros músicos proclamaron la nueva fe transformadora, él se entregó apasionadamente a ella. Es posible que al principio no comprendiera demasiado: cuentan que se limitaba a ocultar y disimular el tango que tocaba, con hábiles circunloquios musicales. El público inocente recibía aquellas creaciones como adivinanzas. – ¡Es «El esquinazo»…! – No hombre…¡»El Torito»…! – Para mí, es «Corralera»… Pero con el tiempo, Gómez Re encontró su propia forma de romper con las formas establecidas. Viendo que casi todos los creadores novedosos competían en el bizantinismo de los arreglos musicales, él pensó en la posibilidad de hacer arreglos en las letras. No suponga el lector sencillas correcciones de los versos menos felices. La innovación iba mucho mas lejos. Por empezar, al cantor convencional se le agregaba un coro que comentaba o glosaba la acción central del relato tanguero, siguiendo líneas musicales de contrapunto, o aprovechando pasajes, contestaciones, partes de violín o meros firuletes caprichosos. MI NOCHE TRISTE: Cantor solista : Percanta que me amuraste Coro: Sin ninguna razón Conator solista: En lo mejor de mi vida Coro: En plena juventud Cantor solista: Dejándome el alma herida y espinas en el corazón… Coro: Mi pobre corazón y lo que es más… Cantor solista: Sabiendo que te quería, que vos eras mi alegría y mi sueño abrasador Coro: Brasa y abrazo soñador Cantor solista: Para mi ya no hay consuelo Coro: No. Cantor solista: Y por eso me encurdelo Coro : Sí. Cantor solista: Pa’olvidarme de tu amor. Coro: Sigamos por favor…. A veces, el propio cantor interpretaba letra y músicas transformadas, agregando notas o simplemente cantando las variaciones como en: AMURADO: Una noche más tristona que la pena que me embarga en esta triste situación ví que tomó su bagayito y amurado me dejó; se las tomó sin saludar con la mayor resolución. No le dije una palabra ni el más mínimo reproche, ni la sombra de una queja; la miré que se alejaba y pensé: qué mala suerte, para mí todo acabó. Muy pronto Gómez Re comprendió la necesidad de aceptar la colaboración de un poeta. A falta de otros postulantes, se resignó a trabajar con Carlos M. Caron, un escritor de Liniers experto en novelas policiales. De este modo, nacieron los Tangos de Detectives, expresión breve y musicalizada de la Colección Rastros. Naturalmente, los misterios propuestos no eran demasiado complejos. Sin embargo, algunos temas aparentaban cierta dignidad. ¿Quien mató al Pardo Ramírez?, Sangre junto al buzón, El testigo insobornable, y la milonga Chantaje en Villa Lugano, fueron los más logrados. Reproduciremos, seguidamente, algunas líneas de inexplicable eficacia: Ceba raro el morocho, observó el cana, cacha siempre la pava con la izquierda… El asesino zurdo No crea que me llevo de chimentos: lo batieron sus huellas digitales La gringa impía La vida y la cana se burlan de mí, me acusan de un crimen que no cometí… Falsas pruebas Los Tangos Infantiles no pasaron del primer intento. Eran tanguitos de hadas y de ogros reos, con princesas encerradas en galponcitos de La Paternal. La codicia los llevó más tarde a componer una serie de Tangos Pornográficos como Entre los Yuyos, El Barbudo, y Que Nunca te Falte. Los autores tradicionales del barrio, como Anselmo Graciani, se oponían enconadamente al trabajo de Gómez Re. Manuel Mandeb tuvo la mala idea de organizar una mesa redonda con la presencia de tradicionalistas y renovadores, en las instalaciones del club J.M.Bosch de Villa Excelsior. El título del debate fue: ¿Qué es el tango? De entrada, nomás, Ives Castagnino postuló la definicíon ostensible. — El tango es esto –dijo. Tocó El Apache Argentino con su guitarra y se fué dando un portazo. Muy pronto se perfilaron dos criterios opuestos. Uno restringido, que acotaba el género con rígidas exigencias. Otro amplio, que extendía el tango hasta el confín del universo. De este último sector proviene el «pantanguismo», escuela que sostiene que todo es tango, lo que significa al mismo tiempo que nada lo es. La discusión terminó con la oportuna intervención de la policía, repartición que tiene ideas propias acerca de la música popular. Desde aquella noche Gómez Re empezó a interesarse por las discusiones y a descuidar su vida artística. La preparación de mortíferos silogismos le restó tiempo para tocar el bandoneón. Sus últimas actuaciones consistían redondamente en conferencias. A decir verdad, son muchos los que hoy padecen un vicio semejante. Más fácil es encontrar ensayistas o historiadores tangueros que cantores o guitarristas. Ante la defección de Gómez Re, otros artistas tomaron la antorcha. Un grupo de la calle Caracas cambió primero los instrumentos, luego el ritmo, mas tarde las letras y, finalmente el nombre mismo del tango, al que llaman rock. Los profesores universitarios, los sociólogos, y los pisaverdes se declararon partidarios de Gómez Re y sus sucesores, y lo nombraban a cada párrafo en sus charlas y peroraciones. En toda clase de actos públicos se anunciaba la muerte de los tangos viejos y su reemplazo por el Neotango Internacional, que arranca lágrimas a los belgas arruespes. Confinados en reducidos cenáculos, los Retrógrados del Ayer solicitaban la prohibición de los tangos posteriores a 1940. Gómez Re se retiró para siempre y no volvió a actuar en público. El ruso Salzman juraba haberlo visto en una cervecería de Los Toldos, tocando sin adornos el tango Milonguita . Los enfrentamientos polémicos siguen hasta hoy. Nadie parece haber reparado en algo terrible: el tango nuevo ya es viejo. Si se trata de juzgar que el arte no es eterno y mas aún, que ni siquiera dura mucho, es necesario confesar que las invenciones renovadoras son ya lugares comunes. ¿Por qué no aparecen nuevos demoledores para hacer probar a los Gómez Re su propia medicina? Las reflexiones iniciales de Ortega son de 1919. ¿Es que tan luego el arte nuevo, que auspiciaba el desalojo de las formas clásicas, pretenderá quedarse para siempre? Temo que a espaldas de los bandos tangueros, las multitudes se han ido a casa. La única esperanza está en la aparición del artista. Ese que se presenta por la puerta menos prometedora y sin doctrina ni explicaciones, llega al rincon más secreto del alma. Las buenas gentes de estos tiempos deshilachados no pierden la esperanza.»

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