El murgón está llegando. Los barrios porteños sacuden la modorra

0 9

(Por Ariel Prat ).- Ya rozamos el carnaval. Los barrios metropolitanos sacuden la modorra y son miles de pibes y no tanto que amenazan con pavimentar de lentejuelas las calles sedientas de ritmo. Como aquellas chapitas de birra o gaseosa que caían desde los bares cuando los mozos no atendían ecológicas costumbres.

Escribió Walt Whitman “Quien camina una sola legua sin amor camina amortajado hacia su propio funeral” Despliego como un viejo estandarte en la vereda la frase y la reconstruyo paganamente “Quien camine una sola cuadra sin murgón camina vendado hacia su triste carnaval”. Para quien suscribe, no hay verano en su vida que no haya estado rodeado del embrujo sanador de la murga y el carnaval. ¿Qué sería del nuestro sin la murga y los murgueros? Ellos de todos modos hoy atienden todo el año, sin distinción de calendario. La murga y el mítico bombo, dan vida a los grandes acontecimientos populares y por ende sociales de nuestra realidad. A pesar de prohibiciones y marginaciones, sin embargo, la murga nuestra no se extinguió, al contrario, se multiplicó más allá de esquinas o baldíos, de tribunas latentes de murgas y murgueros; llegó al centro cultural, a los talleres de la clase media desoyendo los mandatos y a los escenarios teatrales y musicales al fin. Tarde pero seguro si comparamos con las expresiones vecinas tanto del Uruguay como del verde Brasil en sintonía con sus artistas populares.

En el brillante libro La marchita, el escudo y el bombo” de Ezequiel Adamovsky-Esteban Buch editado por Planeta, los autores rescatan un texto de Ezequiel Martínez Estrada en el cual atacaba no solo a Perón, sino también al pueblo argentino que lo había llevado a la cumbre de esta manera: “…el producto híbrido de la cruza entre el “elemento arrabalero y suburbano” de Buenos Aires y la “hez de la vieja barbarie campesina”, la “resaca” bárbara llegada del interior. El culto a Perón, irracional y de ribetes religiosos, era una “especie de viruela” que, si bien atacó a todos, lo hizo “más intensamente de los negros”, es decir, a “los residuos sociales”. Como parte de sus diatribas, el intelectual asoció insistentemente el fenómeno del peronismo con la africanidad –la “quilombificación” del país- y con el carnaval…”

Identificada con el peronismo desde que su bombo asumió la batuta, ese instrumento trasplantado como el mismo bandoneón, la murga resulta ser el emblema de la barbarie popular y se convierte en el hecho maldito de nuestra cultura popular de izquierda a derecha. Cuando el querido e incunable Domingo “Loco” Romano, el “Loco Mingo” bah, relata la toma del frigorífico Lisandro de la Torre (*) en Mataderos allá por el 59, mentando al gran autor decimero y repentista Guigue Mancini, quien en esos carnavales pintara magistralmente aquella gesta popular avasallada por los tanques de un gobierno entreguista, demostraba que la murga nunca se había ido de nuestras calles. Se fundía en el clamor popular y entre las tribunas domingueras, pero el desprecio del medio pelo, supo trabajar la grieta del hilo conductor que nuestra murga conlleva entre los viejos candombes criollos hasta la actualidad, en donde lo que se baila es negritud pura y dura. Lo que es para mí ese “Sentimiento de rabia y orgullo que se baila” o como mentara el gran Juan Carlos Cáceres “La catarsis del tango”.

Por eso es que cada vez que llegan los carnavales y sentimos más amplificado el tronar de esos bombos, sugiero darse una vuelta con el mate o con la birra a los lugares de ensayo y dejarse llevar por los toques ancestrales como si cualquier lugar de Buenos Aires, transformado en los colores ocultados que sacuden desde los pies hasta las manos al cielo esos pibes y no tanto, como el querido “Loco Mingo” por ejemplo, quien a sus setenta largos sigue de pie ajusticiando realidades con picardía desde el escenario de “Los Fantoches de Villa Urquiza”, hasta la gracia y el talento del pequeño “Tino” en sus “Inconscientes de Almagro” o la voz de Soledad de “Los Elegantes de Palermo”, las mujeres ocupan un lugar protagonista en la murga, inclusiva y popular como pocas expresiones.

El ejercicio es vital y entrañable porque se toma al género desde sus primitivas palpitaciones sin la exigencia profesional que propone el escenario del calendario carnavalero y el ver acercarse en ropa de calle, descalzos o hasta en chancletas a los integrantes de cualquiera de las murgas que se elijan, como una tribu en plena modernidad meritocratera, ya es una ganancia sentimental y justiciera, en donde el ritmo se apodera de lo que los globos intentan tapar sin solución.

La murga no es corte de calle ni “baile de monos” como se puede aún escuchar con desprecio por ahí.

De esto estamos hablando, cuando hablamos de murga.

(*) Del disco “Con el corazón en juego” de Los Viejos Murgueros con Los Quitapenas

Buenos Aires Sos

View all contributions by Buenos Aires Sos

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *