Patrimonio en riesgo: estropean la fachada del Recoleta

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(Por Ana Martínez Quijano)

El arribo del street art a la fachada del Centro Cultural Recoleta, con sus colores estridentes y una banda de raperos celebrando a toda orquesta, logró dividir a la opinión pública. Por un lado están quienes aplauden que miles de adolescentes disfruten del CCR y de una extensa programación planeada exclusivamente para ellos. Por otro lado se oyen las críticas. Para comenzar, los artistas que sentían el CCR como propio y lamentan que la gestión de Cambiemos cerrara las puertas a la experimentación y exhibición de expresiones artísticas contemporáneas. No obstante, más allá de los cambios de objetivos en la política cultural y, más allá, también, del estricto recorte determinado por la edad a la cual se dirige la acción cultural, se discute si la pintada se encuadra dentro de la ley.

La norma 12.665 protege los bienes artísticos, museos, monumentos y lugares históricos nacionales, provinciales o municipales. Según la ley, el Estado debe preservar los bienes patrimoniales. Fabio Grementieri, vocal de la Comisión de Monumentos, responsable por los posibles deterioros en la fachada del edificio histórico, aclara: “Nunca llegó la propuesta de la intervención y nos preocupa que la pintura afecte el revoque de la pared. Si el muro no respira, las molduras pueden caerse. La fachada fue pintada tres o cuatro veces en 2018. Se utiliza el frente como un lienzo en blanco”, observa.

El edificio del Centro Cultural Recoleta es una de las construcciones más antiguas de Buenos Aires, se remonta al año 1732. En el siglo XIX albergó a la Academia de Dibujo que llegó a tener 200 alumnos y, aunque posteriormente fue Asilo de Mendigos y Hogar de Ancianos, el arte volvió a sus claustros en el siglo XX. Desde el arribo de la democracia el CCR se convirtió en un enclave vital para el arte contemporáneo.

“El edificio no se puede tocar”, solía decir uno de sus últimos directores. Así prohibía el uso de clavos, pegamentos y pintadas, y los montajistas usaban durloc para proteger los muros seculares. El arquitecto y artista Jacques Bedel criticó la estética de la nueva fachada. “Es un mamarracho,” aseguró. Consultado entonces si es verdad que en 1979, cuando junto a Clorindo Testa y Luis Benedit refuncionalizaron el histórico edificio, alteraron también el patrimonio, respondió: “De ningún modo, respetamos el edificio original. Tiramos abajo los cuartos de las monjas porque no eran históricos. Pero me pregunto: ¿por qué no pintaron la pared que de la calle Pueyrredón?”.

En efecto, con sus 17.000 metros de superficie sobra espacio en el CCR para los niños, los jóvenes (de entre 13 y 17 años) y hasta los ancianos. Además de los artistas del interior que ya no tienen lugar y aquellos que tuvieron en Cronopios memorables muestras consagratorias, como Eduardo Stupía, Alfredo Prior, Marcia Schvartz, Pablo Siquier, Marcos López, Duilio Pierri, Juan José Cambre, entre muchos otros.

Sobre la estética dominante en el CCR opinó el artista Fabián Burgos quien, no sólo logró la aceptación generalizada de los porteños cuando presentó su gran mural en la Avenida 9 de Julio, sino que además ganó fama en Miami cubriendo varios edificios con sus emocionantes pinturas. “La intervención en la fachada me parece en el mejor de los casos un acto de vandalismo. Pero no llega a ser vandálico, porque hay un estudiado proyecto sobre el amor y el verano. Me parece que la intervención sobre la fachada histórica, es muy violenta y muy careta a la vez. Y no lo digo por conservador, sino porque es un legado hermoso que tenemos en la ciudad”, reflexiona Burgos. “Tampoco es creíble que estén haciendo arte contemporáneo porque las exposiciones son muy demodé. Leí una entrevista a una señora involucrada con este proyecto que habla sobre la juventud, como si la juventud fuera una cosa. Y la juventud son varias cosas, muchas cosas. Ahora, ¿señalar como una renovación el subte graffiteado que viene de los años 80?,” se interroga.

Entretanto, un conocedor de arte confiesa sin vueltas: “Es todo una porquería, pero no se puede decir, sin parecer un conservador retrógrado”. No obstante, en el caso en cuestión del edificio del CCR que es un bien patrimonial, entran en juego otros valores. Es conocida la historia del fotomontaje de Mauro Guzmán interpretando a Superman y besando a Cristo en la boca. Un católico ortodoxo pidió censurar la obra y le envió cartas documento a Miguel Lifschitz y al Arzobispado para que la descolgaran del Museo Castagnino de Rosario. Frente al intento de censura predominó la libertad de la expresión artística. Pero este caso es diferente. “Pintar y garabatear el espacio público es criticable, denunciable y punible como cualquier acto vandálico”, sostuvo un abogado off the record.

Según dice el artículo 8° de la norma 12.665: “En caso de alteración total o parcial de fachadas u otras áreas de máxima tutela de un edificio declarado monumento histórico nacional, o de una parte sustancial de cualquier otro bien protegido en el marco de la presente ley, el propietario, a su costo, deberá restituirlo a su estado original en plazo perentorio establecido por la Comisión Nacional de Monumentos Históricos. Fenecido dicho plazo sin novedad, se aplicará una multa fijada a criterio de la Comisión Nacional, por cada día de demora en la reconstrucción”. Cabe recordar que la realización y preservación de monumentos revela la existencia de una conciencia histórica y el sentimiento solidario de unas generaciones con otras. (Fuente: Ámbito Financiero)

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