EL HOMBRE DEL ROLEX

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Buenos Aires Sos (BAS).- Febrero 2008.- (Por Pablo Lema).- Esa noche eran pocos los osados en caminar bajo la tremenda lluvia que caía sobre el barrio de Flores. Como los colectivos casi no pasaban a esas horas de la madrugada, Leonardo optó por irse a pie hacia su casa.

 

Justo al cruzar en la esquina de Rivera Indarte y Rivadavia un auto que venía a toda velocidad lo tomó de sorpresa  y faltó poco para suscitar cualquier tragedia; con una acrobacia de impulso intentó salvarse de que lo atropellaran.  Le gritó al conductor todo tipo de insultos.

Al llegar a la esquina de Pedernera vió parado a un hombre de aproximadamente cuarenta años que vestía un elegante traje negro , corbata roja y un portafolios en mano.  Como si fuera parte de un milagro u objeción a las leyes de la Física, el hombre estaba seco.  Leonardo continuó a paso lento por la vereda sin darse cuenta del fenómeno.

-¿Realmente se merece lo que tengo para ud? –le preguntó el extraño.

Leonardo se hizo el indiferente al escuchar tan ridículo comentario, se hizo el desentendido y continuó.

-Si no acepta mi propuesta no espere a llegar vivo a su casa.

Leonardo se dio vuelta molesto

-No hay nada mejor que conseguir la atención ajena con una amenaza  -le contestó el hombre.

A pesar de resistirse, Leonardo aceptó escucharlo.  –Quiero jugar una simple partida de ajedrez con Ud. Si me gana puede continuar con su camino.

-¡Ud está loco!  A esta hora, tengo que ir a mi casa, mi familia me espera.

Por más que Leonardo se resistía al pedido ridículo de aquel extraño, se sentía impulsado por hacerle caso y hasta cedió al pedido.  Se dirigieron a la plaza y se sentaron en uno de los bancos frente a la iglesia.

El extraño sacó de su portafolio negro un tablero de ajedrez y los peones.  Comenzó la partida.

-Toda estrategia para  huir le será inútil –le confesó.

Leonardo se puso pálido frente al comentario.  Y le contestó que no tenía pensado escapar.

-Si bien todos gozan de la libre elección no le recomiendo que me falte el respeto abandonando la partida  -la mirada era amenazadora- aunque si gusta de hacerlo, ya sabe de antemano que toda decisión tiene su costo.

Leonardo continuó con el juego aunque de vez en cuando miraba a los alrededores, quizá para incentivar alguna idea que lo ayudara a salirse de tal situación.  Pero era inútil, su cabeza estaba completamente conmocionada.

El sujeto mostraba tener todos los movimientos calculados.  En sus gestos parecía tener lástima o quizá piedad por el hombre (si no son la misma cosa).

Era tiempo de soltar algunas pistas.  Comenzó revelándole anécdotas traumáticas que Leonardo había olvidado de su niñez.  Traumas que había sepultado en lo más profundo de su memoria. Cuando el desconocido vió que el hombre comenzaba a molestarse continuó con las provocaciones.

-Se me viene a la mente el rostro de su hermosa mujer, el de su hija y las condiciones económicas más que respetables de las que goza.  No se me impaciente con esa mirada.   Su problema es que vive impaciente y no se da cuenta de que no vive como debería.

-No entiendo su comentario –Leonardo continuaba mirando a los alrededores-, yo vivo de la manera que elijo.  O acaso aquel hombre –señaló hacia enfrente a un cura que entraba en la Iglesia- que lleva el rosario en su mano no decide entregarse a Dios.

-No habría que despreciar los regalos.  Respecto a aquel hombre me parece bárbaro que dedique su vida a una hipótesis inexistente como prueba en sí.  En su postura me entregaría a la vida y la viviría a pleno; los regalos se disfrutan no se cuestionan.  ¡Que me importa si mis comportamientos serán gratificados en algún Más Allá!

-No entiendo a dónde quiere llegar.

El extraño se explicó mejor: -Su vida siempre esta adelante en el Futuro, ese imaginario de ilusiones que nunca llega y que tampoco existe porque es a costa del Presente.  ¿Si para ud terminara Todo esta noche, sentiría haber aprovechado esta vida?, le preguntó tajante.

-¿Quién sos?  -preguntó el hombre con el rostro pálido de desconcierto.  Las cosas comenzaban a molestarle. Se paró tembloroso del banco e hizo un esfuerzo enorme para mantenerse en pie.  No sabía que era peor si dejar más en evidencia sus nervios o saber muy dentro suyo que de alguna manera estaba atado a las decisiones de aquel sujeto.

– Soy la respuesta a la última pregunta y tengo diversas caras por no tener ninguna.  Y como no quiero que caigas en falsos conceptos  te diré que soy una pregunta sin respuesta para la comprensión de ustedes, los vivos  -respondió.

-¿Quién sos?  -le repitió impaciente.

–  Soy La Muerte.

Leonardo se contuvo la risa. Quizá la situación le parecía demasiado ridícula o le hubiera gustado más el haber escuchado que el tipo era un terrorista  o un asesino, ya que eso era mas común.  Hoy en día la mayoría vive tan perseguido con los robos o los asesinatos que toparse un echo así nos da pánico pero a la vez hemos llegado hasta tal punto que hasta no nos sorprende. ¡La Muerte paseando como si nada por las calles de cualquier barrio! Eso sí era algo demasiado fuera de lo común.

Con una elegancia casi cósmica La Muerte le aclaró: -Que la imagen no te engañe. Elegí la más acorde a tu mente.   Por más que las subjetividades hagan estragos con ustedes, la imagen es fundamental para el ser humano.

-¿Qué puedo hacer por vos?  -le preguntó Leonardo.

-Por mí nada -le contestó sonriente. Por vos y por los demás, todo.

Leonardo no podía aguantar más esa situación.  Lanzó el tablero de ajedrez.  Salió corriendo y a las dos cuadras paró un taxi que pasaba por ahí.

-Señor, La Muerte me persigue, ayúdeme  -le rogó al conductor desde la ventana.

-Andáte a cagar boludo.  Yo estoy trabajando  -le contestó indignado el taxista quien apretó con fuerza el acelerador.

La muerte se paró detrás del hombre y le dijo: –De haber sido menos impaciente me habrías dado tiempo para darte un par de ventajas respecto a esto.

Leonardo se quedó quieto observándola mientras su cuerpo era recorrido por un escalofrío aletargado; de vez en cuando miraba a los alrededores pero todo estaba absolutamente vacío.

-Todo es parte de un engaño, un escenario ilusorio creado por mí  -se fijó  la hora en su rolex de oro y sonrió-, hace mas de 45 minutos que has muerto.

Con el sólo pestañear de La Muerte,  el hombre sintió un fuerte dolor en el pecho que le impidió seguir en pie y lo derrumbó de imprevisto al suelo.

 La Muerte se le acercó con soberbia y le dijo: Estoy harto de este trabajo, desde que ustedes nacen comienzan a morir y empiezan a desearlo realmente cuando proyectan a Futuro, sin importarles lo que viven Ahora.  Su deseo sólo agiliza mi llegada.  Si fuera por mí viviría sentada, pero no siempre soy como creen.  ¡Tanto miedo me tienen! Cómo pueden opinar sobre lo que desconocen y cómo creen todas esas fantasías que me rodean producto de sus creencias.  Pero es entendible que ante el miedo a lo desconocido se armen de adornos.  Aunque se me insulte de esa manera, soy generosa con ustedes, cuando se lo merecen y les doy una oportunidad de volver atrás  -concluyó.

Leonardo escuchaba atento mientras Ella proseguía: -No olvides nunca que el nacimiento va de la mano conmigo.  Cada instante vivido espiritualmente es uno muerto biológicamente.

El hombre la miró confundido.  La Muerte le pasó la mano por el cabello. –No hay peor broma de mal gusto que creer que todo termina con mi llegada.  El recorrido es demasiado largo para una sola vuelta.

-No se venga a hacer la generosa ahora –balbuceó el hombre-  ¿Cómo se hace para soportar la pérdida de un ser querido? ¿Acaso uno tendría que ponerse feliz ante la muerte?

-El sufrimiento viene de la ignorancia, de falsos conocimientos, de no comprender el significado del Gran Misterio.  De no entender que todo retorna a su Origen.  El concepto de «Muerte»  ha sido tan mal visto y malogrado a lo largo del tiempo, cegado por miles de supersticiones que se le teme a lo que debería recibirse con los brazos abiertos.

Luego de estas palabras La Muerte le dio un beso en la mejilla y lo regresó al lugar donde había estado desde un principio.

Cuando Leonardo despertó, escuchó las sirenas de la ambulancia con molestia.  Su rodilla derecha le dolía y estaba ensangrentada.  Uno de   los médicos le pidió que no se moviera y le dijo que se había salvado de milagro debido al accidente.

El conductor del auto, un hombre gordo, de estatura mediana y de rostro afligido no sabía cómo pedirle disculpas: con la lluvia no pude verlo cuando se me cruzó, de suerte que haya podido maniobrar casi a tiempo.

Leonardo le asentó con la cabeza, le dijo que se despreocupara. Otro de los médicos le informó al accidentado  que lo internarían en el Hospital Fernández.  Leonardo nombró entre balbuceos a su esposa e hija y luego de hacer un ademán para decirle algo al médico, se le empezó a nublar la visión  y se desmayó.

Al despertarse en la cama de la clínica su hijita lo abrazó contenta al verlo reaccionar. Su esposa Vivian, lo besó y le acercó un vaso con agua.  Se sentó a su lado.  El hombre le dio la mano a la nena y le pidió que se despreocupara, que su salud era digna de envidia, mientras le guiñó un ojo.

Al rato entró un médico.  Le preguntó al paciente como se sentía y le pidió a la esposa que esperara junto a su hija un momento fuera de la habitación para preguntarle luego a Leonardo si se acordaba de él.  Si no hubiera sido porque el médico le mostró el rolex de oro, Leonardo jamás hubiera pensado que el médico era La muerte.  Se acercó y le susurró que lo seguiría observando, que se portara bien.  «El trabajo entre los hombres me estresa, voy a tomar un café».

Les pedió a la esposa e hija que ingresaran nuevamente a la habitación y se despidió de los tres muy cordialmente.  Leonardo abrazó muy fuerte a su mujer e hija y les dijo con lágrimas en los ojos que las amaba profundamente.

En la confitería de enfrente, La Muerte observaba a su próxima víctima: una mujer madura y de belleza casi irreal que luego de aceptar tomar algo con el médico se enamoraría apasionadamente, hasta morir de amor por él.

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