Discépolo, ese «arlequín que salta y baila, para ocultar su corazón lleno de pena»

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27 de marzo de 1901. La Argentina se desangra; desvencijada, oscura. Es la Argentina de la infamia, semicolonial, cipaya. En el barrio de Balvanera, en la calle Paso 113, nace Don Enrique Santos Discépolo. Definirlo como compositor, músico, dramaturgo y cineasta se hace escaso.

Su vida, un constante desengaño, solo puede comprenderse en el contexto de aquella injusta y sufrida sociedad de la Argentina del siglo XX. Aquel poeta, trovador, filósofo, genio si se me permite, hubiera podido ser una de las plumas que pactaron con la sangre y el silencio. Pero no, Enrique eligió al pueblo. Prefirió denunciar los dolores, las injusticias, las deshonras.

Casi como un personaje de sus propias letras, aquel hombrecito enjuto y macilento puso en palabras el sentir de los hombres y mujeres de a pie, tomó la emoción y el Desencanto que en este tango nos rezó: “Oigo a mi madre aún, la oigo engañándome, porque la vida me negó las esperanzas que en la cuna me cantó”.

También manejó como nadie el humor y la ironía: “¿Pero no ves, gilito embanderado, que la razón la tiene el de más guita? ¿Que la honradez la venden al contado y a la moral la dan por moneditas? ¿Que no hay ninguna verdad que se resista frente a dos mangos moneda nacional? Vos resultás, haciendo el moralista, un disfrazao…sin carnaval”. Tango este que provoca indignación en los sectores más acomodados de la sociedad, ya que pone en tela de juicio los valores establecidos.

Discépolo no se rinde ante el fracaso de sus tangos porque es consciente de que “una canción es un pedazo de vida, un traje que anda buscando un cuerpo que le ande bien. Cuantos más cuerpos existan para ese traje, mayor será el éxito de la canción”. Y “Qué vachaché” encontrará la aceptación y el éxito hacia 1930, cuando el país se acerque a una crisis profunda, y con ella, la fractura social que denunciara Discépolo cuatro años antes. El desamor, el fracaso, la decepción, la soledad, el malogro son temas constantes en su obra. La frustración del ser humano radica en el corazón de la sociedad capitalista. “No ves que sé que por un pan, cambiaste como yo, tus ambiciones de honradez”. El hombre presa de la injusticia social, del deterioro económico, de las pocas oportunidades para las mayorías.

Irreverente, mordaz, inteligentemente cruel, Discépolo fue un producto de su tiempo, ese que nos deshace inevitablemente: “Fiera venganza la del tiempo, que le hace ver deshecho lo que uno amó”. Fue un hacedor de versos, un poeta brillante, un pensador popular comprometido con la historia. Luego le llegaría el rechazo y la venganza, el odio de clase, la tristeza infinita. Ese enemigo deletéreonunca se fue, sigue estando aún. Pero quien no solo transitó la vida, quien trascendió con su obra fue Don Enrique Santos Discépolo, ese “arlequín que salta y baila, para ocultar su corazón lleno de pena”.

(Por Daniela Klun)

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