Conocé la casa Quinquela Martín

0 132

Donde vivió desde 1949 hasta 1977

Qué casa! Si la belleza fuera un lujo no la hay más lujosa en toda la ciudad. No por enumerar las obras de arte en el tercer piso -Lacàmera, Daneri, Tiglio…- digo por la belleza conmovedora del apartamento en el quinto piso.  Habitaciones con esa modestia que sólo combina con un tiempo anterior a la electrónica. Muebles compañeros de la vida cotidiana: cama, mesa, sillas y tan poco más. Armoniosos, sencillos. En esta casa la poesía parece andar suelta por todos lados.

En la cocina: la mesada, los cajoncitos, hasta la misma heladera Siam están pintados de colores. No abigarrados, no cansadores: colores acompañadores, tranquilos. También hay colores (celeste, verdecito, rosa, amarillo) en el baño. Y -en un costado del gran estar/comedor- un piano. Un piano pintado de verde (no verde inglés ni verde esmeralda) un piano tan verde agua que hasta tiene un barco navegando en el atril. Como invitando a ese barco, al otro lado del inmenso ¿comedor? ¿taller? se abre el riachuelo ¡desde ese gran ventanal de un quinto piso! lujo mayor, fantástico y alegre (porque la tarde era de sol) pero el escenario también de rayos y tormentas o amaneceres de niebla o noches con algún incendio lejano (cuadros, cuadros, cuadros).

Una escalera lleva a la terraza de las esculturas. Y una más al más amplio paisaje de La Boca desde el puente de fierro (ese puente hecho en la época de los remaches, creo, a fuerza de golpes fuertes, aunque no: así está hecho el puentecito de atrás de Constitución, pero ése tan grande ya no, creo) el puente en fin, reflejado en el agua, las grúas como dinosaurios modernos, el agua quieta color siena tostada, un remero en un botecito amarillo. Riachuelo sin nieblas, hoy. ¡De cuántas maneras lo pintó Quinquela! Empezó llamándose Benito Martín en la Casa de Niños Expósitos hasta que fue adoptado a los siete años por los Chinchella. El padre, tan fuerte que era capaz de hombrear juntas dos bolsas de carbón. La madre analfabeta y sabía en lo básico abrazar a ese niño, cuidarlo y cuidar el hogar y la carbonería al mismo tiempo.

Quinquela supo en su espalda lo que pesaban las bolsas que los personajes de sus cuadros acarrean. En contraste con su padre, el fuerte italiano, Benito era apodado El Mosquito: flaco, pero veloz, volaba en el muelle. Trabajaba doce horas pero iba además a la Sociedad Unión de La Boca, un centro barrial donde se enseñaba algo de artes y oficios. Allí, un libro de Rodin, «El Arte», lo impulsó: «pinta tu aldea». No fue fácil hacerlo, con tan pocos medios. Pero empezó.

Un día, un galerista del Centro oyó hablar del «pintor carbonero», tocó a su puerta. El padre no entendía, pero lo llamó: «Benito, un señor de guantes quiere hablarte» y así siguió la vida: enormes esfuerzos, esplendorosa simpatía y generosidad, viajes a Europa y Nueva York, aceptación de su obra y críticas a su obra (siempre hay quien opine sobre lo que debe ser y lo que es), amigos francos, amor por su trabajo y por su barrio. Fundó escuelas. Trabajó. Amó su barrio, su gente.

Emociona hasta hoy, Gastón Bachelard escribió sobre la poética del espacio y sobre «como vivimos el día a día en determinado rincón del mundo. En la casa de cada uno vive su poesía personal». En la de Benito Quinquela Martín permanece la suya. Y nos recibe

Museo Quinquela Martín/ Av.Pedro de Mendoza 1843/ Entrada Gratuita/ Lunes cerrado

(Por Ana Larravide)

 

Buenos Aires Sos

View all contributions by Buenos Aires Sos

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *