BUENOS AIRES FUE MI AMANTE

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Buenos Aires SOS.- 7 de abril de 2011.- (Por Juan Chaneton).-  Buenos Aires fue su amante. Lo fue sin previo aviso. Le ganó, ganó su amor, poco a poco, sin que él se  diera cuenta. Ahora, cuando su vista la busca, desde la ribera sur del río, divisa a lo lejos sus perfiles turgentes y ella luce como si durmiera a su lado, inmóvil, silenciosa, con su respiración acompasada, llena de misterio.

Ella, su amante, brindó breves volutas de goce a su corazón, cuando comenzaba una relación que le provocaba espanto y atracción.

No fue novio ni consorte de esta ciudad que lo amó con cruel delectación. Los unía un vínculo demasiado fuerte como para que pensaran en formar una familia. Fueron amantes y lo son hasta hoy. Aquellas volutas han devenido, al cabo de miles de horas, agua inacabable que anega su alma  y su cuerpo, en oleadas sucesivas cargadas de inquietud.

Él no puede hacer nada frente al deseo que lo acosa. Desea a Buenos Aires como deseó a Sonia aquella mañana de enero frente a un oscuro río atiborrado de juncos y manglares. Ese río, el Plata, en su ribera norte, abraza por la cintura a la Ciudad Universitaria que vive dentro de esta ciudad deseable, plena de rizomas y de flujos de deseo insatisfecho.

Allí, entre vientos olorosos a humedales y pastos que crecían sin destino ni sentido, como a las siete de la mañana, Sonia le dio a beber de su pócima agridulce.
El hecho que refiero ocurrió detrás de la facultad de Arquitectura, cuando nadie había muerto todavía por allí, ni en la esma ni colgado de un árbol suicidado por la sociedad de los noventa.

Éramos tan jóvenes…

A esa hora temprana o tardía, en enero, la soledad preña de sensualidad el aire, los cuerpos y los pensamientos que una cabeza loca, intoxicada de blanca espuma, puede dibujar con  trazo trémulo y borroso. Y   el deseo, explosivo y fatuo,  invita a transitar la riesgosa ruta del sexo sin cánones ni dogmas. El sexo divorciado de la cultura.
***
Él, que nació y quiso, fue. Fue lo que es hoy, una lluvia de abril caída mientras las gotas de otras lluvias mojaban las piedras sobre las que caminaba ayer. Él está ahora diciéndole a su amada, que lo mira muy dentro de sus ojos, que la lluvia  es la única verdad que ha conocido porque la lluvia se parece a la soledad. Él le dice a su amada  -que se llama Sonia-  que ese halo de amor ambiguo -tesoro que le prodiga a raudales-  es el amor que le brinda ella cuando lo quema con su amor distante, es el mismo amor que lo llena, como la lluvia,  de amor, cada vez que piensa en ella, consumiéndose, hiriéndose de dolor en el dolor de la ausencia,  doliéndose por aquel  amor prohibido.

Amor, lluvia, Sonia, el río, la ciudad universitaria, el césped mal crecido y desmelenado, amarillento y verdinegro en esa mañana de enero en medio del silencio. Todo es lo mismo. El mundo es eso. Es Sonia, es lluvia en un gris atardecer de Buenos Aires; es, sólo, puro amor. Él desea a Sonia.

 

***
La desea para amarla hasta que los visite esa muerte que, dicen los artistas, debe consistir  en una digna  fuga de  la vida.

Pero la nuestra no se parecerá, piensa él, a un agujero en el  cuerpo, como le ocurrió a Lugones, que tuvo que actuar un libreto que alguien había escrito para él, sin saber que actuaba así para que esa historia, años después, la repitiera otro esteta.

No debe ser una liberación a la que se accede zambulléndose en las aguas desde un puente del Sena, como fue el anónimo caso de Celan, de Paul Celan, ebrio de tedio y de estupor, como ebrio de tedio y estupor está, ahora, él, junto a Sonia, detrás de la ciudad universitaria, revolcados en el césped millonario de rocío y de diminutos cristales molidos.

Tampoco -piensa él en este instante-  esta fuga será el sueño sin mañana al que podrían entregarse  -ella y él-  en un refugio de la calle Montevideo al 900, como quiso Alejandra que así fuera, sin que León Ostrov pudiera hacer nada para impedir el sensato acto de crearse para siempre que acometió, aquella noche, esa mujer, a una cuadra de Montevideo 1053, donde dos  años antes Aramburu, otro argentino que habitaba el mundo, fue tomado prisionero por los ejércitos de Gog y de Magog, por las huestes de Cacaio y de Batúa y llevado a exhibir sus vicios y virtudes a un  módico escenario que en nada se pareció al Apocalipsis de San Juan.

Ella y él  -piensa él— se deben una partida final de cuatro, en la que color mata a ful, y en la que el lleno total se rinde de tanto buscarlo y cede, por fin, al color blanco de la muerte, de la muerte blanca, como es la muerte para los indios.

Él cree que escucha, en este minuto pequeño,  a Axel Rose.

Él no sólo desea a Sonia. La extraña. La extraña ahora que ha despertado de su sueño inquieto en su rutinario jergón dispuesto, desnudo y ralo de todo encanto, en una simple cama de madera, en su casa de San Telmo.

Tiene grabado en su memoria el último mohín de despedida que ella le obsequió el 15 de febrero. Para el próximo, para el próximo 15 de febrero, faltan ya pocos días. Ella cerrará el extraño ritual circular. Él sabe, como un cómplice, que ella lo visitará de nuevo. Habrán pasado doce meses.

El desespera ya, porque ese 15 de febrero para el cual falta tan poco, tarda demasiado.
***
Ahora, ese 15 de febrero ha llegado, pero con él no vino Sonia. Sonia no ha vuelto y esto significa que ella ha puesto fin al juego. Ya salió del juego, del mundo.

***
Hoy he perdido aquel trozo de escritura que Haroldo me dejó para paladear su cadencia y para hacerme saber que no se podía escribir así si se es un simple mortal.

Hoy he perdido aquel párrafo en el que Haroldo comparaba al Boga con el río. “En cierta forma, él era el río…” –creo que decía ese texto perdido-. En cierta forma, ese texto perdido me acosa hoy con sus resonancias.

¿Resuena Haroldo en el cuentagotas que hoy,  cuando se muere otro marzo, nos está llevando al próximo 25 de mayo, día de la patria, en que el Haroldo, el Conti aquél,  nacerá de nuevo en el día de su cumpleaños, en que nacerá de nuevo para nosotros, para abonar nuestra tigresa melancolía por el genio perdido, para fertilizar la tristeza de ya no tenerlo? ¿Por qué resuena Haroldo hoy…?

De pura maravilla textual, del puro goce extático que me deparaba ese párrafo de Sudeste, de la escritura total que Haroldo acometía en cada hecho  que perpetraba, de la literatura absolutamente ella, una, única, ontológica, que este hombre cultivaba, hoy quédanos el recuerdo de un sendero que lo conducía al Nobel si no fuera que un fálico filo, fino, fatuo, feo y fétido, le cortó las manos.

Si no hubiera yo perdido, a estas horas, aquel texto iniciático que me cautivó en mi azorada juventud, aquel texto en el que Haroldo describía al río y después hacía lo mismo con el Boga y no se sabía de quién hablaba en cada renglón porque lo que le atribuía al Boga era lo mismo que le asignaba al río, eran los dos un mismo barro, idéntica humedad, igual verdor enmarañado sobre el Capitán o sobre el Toro, si no hubiera yo perdido, digo, aquel texto que hoy extraño horrores, esto no sería una nota sobre Buenos Aires y el Delta, sino que la  sola transcripción de aquella pizca de magia agotaría todas las palabras posibles para evocar a este  literato mayor del mundo al que pertenecía.

Por ello, por lo antedicho, por los fundamentos que presiden este proyecto, propongo, a esta honorable audiencia de lectores de buenosairessos rendir, en cada aniversario del nacimiento de este prohombre de las letras del universo, el homenaje justo, medido, armónico, preciso y correcto desde el punto de vista político, social y cultural, que Haroldo Conti sobradamente merece.

Y en esa dimensión, irreal a fuerza de pura entrega y esfuerzo solidario y mágica de tanta imaginación usada para pensar en los mundos posibles que él hizo conocer al mundo, nos hermanamos –ayer, en el esfuerzo compartido; hoy, en el recuerdo del compañero caído en combate contra el terrorismo de Estado- como pared y hiedra, como cara y ceca, como mi maestro y su alumno en esto de hacer de la cultura un frente más en la lucha por una sociedad para que en ellas vivan el amor  que los inundaba, que anegaba  a Sonia y a  Haroldo.

Los nuevos tiempos están llegando, ahora, bajo otras formas, bajo la forma de la fuerza humana en lucha contra la tierra, áspera y gris. Nos quieren someter, Haroldo…  Nos quieren arrebatar la risa, Sonia… Pero no han podido. ¿Podrán?
***
Desde la ribera norte, detrás de la facultad de ciencias exactas, la ciudad no se ve tan bella como desde la ribera sur. No se divisan perfiles turgentes ni parece que ella, la ciudad, mi amante, durmiera a mi lado. Desde la costanera norte, detrás de la ciudad universitaria, la ciudad ni siquiera se ve. En la ribera norte han ocurrido muchas cosas y nos acechan los fantasmas. Y a la ciudad, desde allí,  tenemos que adivinarla.

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