A MI CALLE SUAREZ

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Buenos Aires Sos (BAS).- Mayo 2007.- Tenemos el orgullo de publicar las cartas leidas por OSVALDO ARDIZZONE, en el programa La Vida y el Canto, conducido por Antonio Carrizo. Este material lo ofreció uno de sus hijos, y Buenos Aires Sos agradece ser elegido como medio para recordar la poesía del viejo Ardizzone. Buenos Aires 9 de noviembre de 1984. A mi calle Suarez, al 500, allá en la Boca… Sé que te merecías una carta. Ni sé porque la demoré tanto, si vos sos la que mas está ligado a mi vida… Allí nací, allí crecí, allí llegué a hombre. Puedo evocarte hasta en nuestros mas íntimos coloquios, puedo sentir tu respiración de calle laburante, puedo diagramarte en el recuerdo con la mas minuciosa prolijidad… Mi patio florido, la vieja higuera, el viejo Tore que se bebía la sopa negra de pimienta y de vino tinto para darle un poco mas de gusto, según decía, el baile de los sábados con aquel tocadiscos a manija, aquel de la trompa grotesca enfermo de incurable y bronca afonía… En la esquina, el almacén de Elena con el anexo del despacho de bebidas, frecuentado por un selecto y puntual grupo de culto estañeros. Los gritos del patrón y sota que, a veces concluia con algún taburete enarbolado con gesto amenazante por uno de los jugadores… En frente, el almacén de Don José con la belleza de sus hijas, la Julia, la Pepa y Elena, la herrería de aquel Roberto, que enamoraba a la Pepa desde su pinta de Robin Hood montado en el Negro, un pingo que sacaba chispas en el adoquinado… El tambo, y el aseo de las vacas lecheras al atardecer al son de las campanillas. El viejito que vendía en forma exclusiva los caramelos media hora… El corralón de los Canessa con las chatas regresando al atardecer y la vocinglera dialéctica de los tanos verduleros… El yotivengo de Capite, un italiano muy cabrero, que finaliza cada reprimenda con ese retornello del ai capite… ¿ me ha entendido ? Doña Teresa, la partera que nos vio nacer a todos los pibes de la cuadra. El conventillo doble de Zolezzi, una gran ciudad, quizá un país de chapa y madera, con los piletones alineados, con las novias esperando en las puertas, con toda la promiscua vida sin privacidad ninguna… Don Guillermo Carrani, experto en espiches, proveedor de damajuanas con ese vino rojo que brotaba tumultuosamente de los toneles alineados… La Modesta, la vicedirectora de la escuela para niñas de la calle Lamadrid que, según la maledicencia de los corrillos, ya acudía al uso de postizos para enriquecer su figura… El tranvía cuarenta y tres que interrumpía constantemente nuestros partidos de fútbol de todos los mediodías con la minúscula modestia de aquella indócil pelotita de goma, que aprendíamos a domesticar entre tanto adoquín desparejo, donde la gambeta desarrollaba sus picardías… Puntos fijos como Nicolita, Teodoro y Roberto Diserio, Falucho, las noches de verano sentados en el umbral de mármol de la Modesta aquella de los postizos, hasta el llamado de mi madre… No, no es que te haya olvidado, no… Pero, a veces paso por ahí y no encuentro a nadie. Solo la magia que me trae la evocación… ¿Sabes que pasa? que esta todo, casi todo, tal como estaba, pero no queda nada de todo lo que fue mío, todo lo que fue de los dos. Entonces como canta Falú ¿a que volver ? Chau.. Te sigo queriendo… Buenos Aires 9 de noviembre de 1.984. A mi calle Suarez, al 500, allá en la Boca… Sé que te merecías una carta. Ni sé porque la demoré tanto, si vos sos la que mas está ligado a mi vida… Allí nací, allí crecí, allí llegué a hombre. Puedo evocarte hasta en nuestros mas íntimos coloquios, puedo sentir tu respiración de calle laburante, puedo diagramarte en el recuerdo con la mas minuciosa prolijidad… Mi patio florido, la vieja higuera, el viejo Tore que se bebía la sopa negra de pimienta y de vino tinto para darle un poco mas de gusto, según decía, el baile de los sábados con aquel tocadiscos a manija, aquel de la trompa grotesca enfermo de incurable y bronca afonía… En la esquina, el almacén de Elena con el anexo del despacho de bebidas, frecuentado por un selecto y puntual grupo de culto estañeros. Los gritos del patrón y sota que, a veces concluia con algún taburete enarbolado con gesto amenazante por uno de los jugadores… En frente, el almacén de Don José con la belleza de sus hijas, la Julia, la Pepa y Elena, la herrería de aquel Roberto, que enamoraba a la Pepa desde su pinta de Robin Hood montado en el Negro, un pingo que sacaba chispas en el adoquinado… El tambo, y el aseo de las vacas lecheras al atardecer al son de las campanillas. El viejito que vendía en forma exclusiva los caramelos media hora… El corralón de los Canessa con las chatas regresando al atardecer y la vocinglera dialéctica de los tanos verduleros… El yotivengo de Capite, un italiano muy cabrero, que finaliza cada reprimenda con ese retornello del ai capite… ¿ me ha entendido ? Doña Teresa, la partera que nos vio nacer a todos los pibes de la cuadra. El conventillo doble de Zolezzi, una gran ciudad, quizá un país de chapa y madera, con los piletones alineados, con las novias esperando en las puertas, con toda la promiscua vida sin privacidad ninguna… Don Guillermo Carrani, experto en espiches, proveedor de damajuanas con ese vino rojo que brotaba tumultuosamente de los toneles alineados… La Modesta, la vicedirectora de la escuela para niñas de la calle Lamadrid que, según la maledicencia de los corrillos, ya acudía al uso de postizos para enriquecer su figura… El tranvía cuarenta y tres que interrumpía constantemente nuestros partidos de fútbol de todos los mediodías con la minúscula modestia de aquella indócil pelotita de goma, que aprendíamos a domesticar entre tanto adoquín desparejo, donde la gambeta desarrollaba sus picardías… Puntos fijos como Nicolita, Teodoro y Roberto Diserio, Falucho, las noches de verano sentados en el umbral de mármol de la Modesta aquella de los postizos, hasta el llamado de mi madre… No, no es que te haya olvidado, no… Pero, a veces paso por ahí y no encuentro a nadie. Solo la magia que me trae la evocación… ¿Sabes que pasa? que esta todo, casi todo, tal como estaba, pero no queda nada de todo lo que fue mío, todo lo que fue de los dos. Entonces como canta Falú ¿a que volver ? Chau.. Te sigo queriendo… Aquel purrete que se llamaba Osvaldo.

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