UN ARTISTA DE LA PARODIA

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Buenos Aires Sos.- Noviembre 2008.- (Por Sergio Arboleya).- El éxito televisivo de Peter Capusotto y sus videos muestra que el tránsito del underground teatral de los 80 a la masividad que supone la pantalla chica no tiene por qué basarse en la pérdida de la estética, en una domesticación del discurso creativo. La consagración de esta apuesta irreverente plasmada en el programa que emitió Canal 7 y que sigue multiplicando aún más su impacto a través de la web, podría ser la excepción que confirma la regla acerca del reiterativo y unívoco formato de la TV local pero también es una suerte de premio a la coherencia de los hacedores del espacio.

 

Diego Capusotto llegó a la televisión de la mano de Alfredo Casero en tiempos de ciclos desopilantes como De la cabeza y Cha Cha Cha, que alteraron el molde acerca de cómo y qué hacer en televisión. Pero mientras muchos de sus colegas –incluido el mentor de esas audacias– iniciaron un camino más orientado a “durar” bajo las acogedoras luces que a seguir proponiendo riesgo y ruptura, Diego esperó la oportunidad con la mira puesta en no traicionar su impronta.

Ni conductor de cualquier cosa, ni escandalizador en los livings del establishment, ni monigote todoterreno, se unió a Fabio Alberti y a Pedro Saborido para impactar con Todo x 2 pesos y su aguda parodia. Tras una nueva pausa en que seguramente esquivó otras tentaciones, se mantuvo junto a Saborido y sumó los increíbles videos musicales aportados por Marcelo Iconomidis para reinar desde «un programa de rock» que lleva cuatro temporadas brillando en la televisora estatal y que obtuvo dos premios Martín Fierro.

– No sabemos si vamos a seguir la próxima temporada, si se nos ocurren nuevas cosas, sí. La idea es que aparezcan nuevas propuestas, que haya cosas que nos motiven. Me parece que hay otros lugares interesantes para poder experimentar con la actuación: el teatro, el cine. En televisión tengo ganas de seguir trabajando con Pedro Saborido, pero no me desespera.

¿Cómo vivís la repercusión del programa?

– Con mucho placer, porque hay una reciprocidad afectiva con la gente que sigue el programa y lo tomó como algo propio; cuando eso ocurre, da placer. Hay una parte del público más afín desde lo generacional, pero hay cosas que nos exceden, como cuando nos siguen chicos de 9, de 12 o de 15 años.

¿Hacés un programa que se explica a partir de que la Argentina tiene una cultura rock?

– Creo que la cultura rock existe y nosotros somos bastante permeables a lo paródico. Es un lenguaje que nos es común a todos. En la medida en que te diviertas y decodifiques esa parodia el programa va a tener peso propio. Nos hemos criado y hay una generación que continúa creciendo con el rock, aún con naturalezas distintas porque el rock no es lo que era hace 30 años y el mundo tampoco. No solamente con lo que se perdió sino con lo que creemos haber ganado. Hay algo de romántico en eso de inventarse personajes que están perdidos en la vida, como también lo estamos nosotros.

¿Es cierto que planeás armar una banda de rock y ser el cantante de ella?

– No sale de mí tener una banda de rock y no es mi deseo hoy por hoy. Me sigue dando placer escuchar buenas bandas más que andar formando una.

¿Y aún escuchás buenas bandas?

– Todavía uno escucha a Bach y le parece interesante. Antes en el rock había un poco más de cosas buenas que ahora, pero estaríamos perdidos si no aparece algo interesante. Lo que pasa es que son otros procesos históricos que van siempre acompañando a determinados sonidos. Ahora está todo como medio parado, son los quince minutos del entretiempo de un partido de fútbol y no pasa mucho, salvo a veces ver a Shakira, Alejandro Sanz y Juanes haciendo recitales para Uribe. Por eso hay que buscar siempre en los rincones.

¿Cómo apareció el rock en tu vida?

– Mi hermano me llevaba ocho años y me llevó a escuchar esa música. Y luego hacer esa cosa de corporación barrial era necesario, porque había más patrulleros en la calle y daban más miedo que ahora. El rock también servía como refugio para encontrarse y pensar que podía haber otro mundo posible acompañando a esa música. La tribu del rock era la más interesante y la que se rebelaba contra los buenos modales. Así que agradezco haber formado parte de eso que hizo lo que soy ahora.

¿Cómo planteás ese vínculo entre el rock y la política?

– A partir de la idea humorística de mezclar los imposibles, por lo dogmático que tiene la política en relación con lo salvaje del rock. En algunos se manifestaba en lo macropolítico, como Dylan, y en otros casos en la micropolítica, como la Velvet Underground. Eso origina un choque y una gracia como escuchar a Perón cantando canciones de Virus, esa figura de papá guía que también aparece como inventor de la cultura rock, y eso me causa mucha gracia al margen de que haya una mirada ideológica en lo que estamos diciendo. Es divertido colocar a Perón en el lugar inverosímil de ligarlo con el rock, aunque en los 70 se mezclaba una juventud que escuchaba rock y soñaba con otro país posible ligado con la vuelta de Perón. Después, a lo mejor fracasa, pero uno vive para que eso ocurra, por lo menos. En los 70 era muy chico, pero ese proceso nos tocaba a todos y el caldo político era intenso y te tocaba. Después el rock significó un escape de eso gris y oprobioso que era la dictadura. Uno sentía que algo estaba sucediendo y después eso se cortó abruptamente y vino el horror y es como que la gente estaba habituada. Fue de una tristeza inconmensurable porque la gente se habituó al orden.

¿Tu familia estaba involucrada en la militancia política?

– Vengo de una familia con un acercamiento al momento político que se estaba viviendo, pero ellos no eran militantes formales. Mi hermano leía y le interesaba vaguear y hablar de lo que estaba pasando. En ese momento era posible vaguear y al otro día pasar a ser un soldado revolucionario.

¿Y ya despuntabas como el gracioso de la familia?

– Siempre me gustó hacer reír pero no tenía conciencia que iba a ser actor y era más feliz pensando que podía jugar al fútbol y recrear la vista de los que me vieran mover la pelotita. Esto de poder verme y pensarme arriba del escenario fue recién cuando empecé a estudiar teatro, aunque hay cosas que ya venían pasando. Fue fundamental la presencia de un amigo que me llevó a estudiar teatro y también cuando subí a un escenario y con una improvisación hice reír a mis compañeros: allí me dije que algo pasaba.

¿Y hoy te gustaría ser el 10 de Racing?

– No. Hoy lo tengo lejano a eso del fútbol.

¿Qué significó la movida underground de los 80?

– Era una época muy motivante, que implicó salir corriendo en bolas por la plaza tras un invierno permanente. Hubo cosas que tenían que ver con lecturas y desarrollos escénicos. Pero después la gente se cansó de correr y vino el menemismo y surgió la necesidad de quedarse en la casita. Pasa que uno se agota, uno se cansa y todo se empieza a convertír en eslogan y cada uno hace lo que le dicta su alma y cada uno se resigna. Pero hoy también hay cosas interesantes para ver. A lo largo de la historia muchas cosas quedan ahí hasta que sucede algo que lo reaviva. Después de la gran masacre de los 70 aparece lo de los 80 y frente a eso creo que el tema es que haya pasado porque las cosas nunca duran para siempre.

Si las cosas no duran para siempre, ¿qué es lo que se viene?

– Lo que se viene es el duhaldismo rural, del que voy a escapar rápidamente, haciendo lo que sea para motivar a la tribu.

¿Cuál es tu opinión del Gobierno?

– Desde una cosa emocional, pienso que la oposición me lleva a ser oficialista y que este es el gobierno con el que más simpatizo desde el retorno de la democracia. Ahora siento que hay una política de desgaste, donde las responsabilidades están compartidas y donde parece que está todo mal, pero no sé si en lo que viene estará todo bien. Los movimientos sociales tienen algo de profundización ideológica que tiene que ver con lo que ha pasado en el país y lo que te rodea. Siempre estuve más del lado del peronismo que de otras aguas que se aquietaban o se agitaban según los momentos. Uno también se destruye a sí mismo con el humor y tanto nos podemos permitir reír de la intransigencia trotskista como de la ortodoxia peronista. No creo que el peronismo sea inmaculado y tiene sus personajotes que uno detesta. Para mí no es lo mismo el peronismo como hecho social que como PJ.

Muchas veces expresaste que el personaje propio que más te gusta es Luis Almirante Brown…

– Cuando puedo ponerme como espectador, Luis Almirante Brown es uno de los que más me divierte, aunque no provoque la risa. Tiene esa burla a las afectaciones ilustradas que tanta gracia causan. Muestra que cualquier caradura quiere acercarse a la poesía de Spinetta y luego cambia para poder vender más discos e irse de putas. Pero el irse de putas no lo recomiendo como lugar liberador. Me parece que eso es lo que pasa con Los Redondos, que dejaron un hueco y muchos grupos se cuelan por ahí pero están muy lejos de la poética de ellos.

¿Cómo surge el emo?

– El emo también puede entenderse como esa voz romántica que sufre por todo y apela a una poética berreta. Originalmente a ese personaje lo había pensado como a un dark, que era más potente ideológicamente, pero vimos un informe sobre un emo y lo llevamos para ese lado, como para instalarlo en un lugar todavía más arbitrario.

Otra de las creaciones de este año es el nazi pop Micky Vainilla…

– Micky es un personaje que apareció. No tiene mucha rosca intelectual, sino que aparece desde lo antagónico. Un personaje tan espantoso como un nazi que hace una música pop que es fácilmente digerible. Es una crítica mezclada a partir de una mirada meramente graciosa.

Creo que tanto en los personajes como en los copetes que tiene el programa hay un juego permanente con la palabra…

– Siempre hay un sentido de desmitificación del lenguaje y de lo que se quiere expresar. Permanentemente aparece como la máscara del lenguaje, es una especie de mascarada como pintadita, para que sea más correcta. En lo que nosotros decimos hay algo que derriba. Me parece que cualquier movimiento quiere ser valorizado desde la palabra, pero nosotros lo destruimos para poder ver que hay detrás, en la esencia. Digamos que hablamos de la derrota, no para sentirnos derrotados sino para ver que la vida es dura y no es como la muestran desde la retórica de los medios. Hay una especie de intención de mostrar que se derriban los buenos modales. Siempre apelamos a la deformidad de la realidad, tal vez porque no nos gusta como está presentada. Con el humor uno se burla de las convenciones y de cómo algunos nos quieren presentar la vida. Te ponés en un lugar de confrontación a partir del humor.

¿Qué se siente ser un artista popular?

– Eso de la popularidad a veces me excede y quizá nunca lo sepa y eso tampoco está mal. La palabra popular es compleja en su acepción porque aparece ligada con lo muy instalado y nosotros estamos en un lugar más romántico de la televisión, si se quiere. Independientemente de la masividad que da la televisión, supongo que no aparezco en los términos oficiales porque no soy Francella, Midachi o Tinelli. Prefiero el saludo amistoso del cartonero y no preguntarle qué le pasa con el programa. Es un fenómeno que, como todos, se te va de las manos. A partir de uno, como disparador, se llega a una idea que nos hace común a todos. Son misterios que te hacen reflexionar sobre lo que hacemos. La verdad es que no sé cuánta llegada, en general, tiene el programa. Al no estar dentro de un canal grande, uno no está permanentemente en los medios y si tiene una aceptación del establishment tal vez sea porque en la televisión no hay nada medianamente rescatable, hay una gran carencia de ideas. Y lo nuestro tiene una especie de sello –y no porque se pare el país para verlo, porque estaríamos perdidos– y tiene una circulación porque es algo que hace utilizar un poco la cabeza. Cuando uno mira un poco, el resto de la TV es como una pasta dental que no sabés cómo sacarte de encima. Así que lo más sano es que me resbale todo lo que pase alrededor de ella. La TV además permite que alguien oficialice su discurso como si fuera el correcto y hay mucha posibilidad del pelotudo que accede. Creo que si hubiera un sistema más stalinista, el pelotudo debería esforzarse más para sortear ese límite, pero acá está fácil el asunto porque hay más libertad y con la libertad a veces no sabés que hacer.

¿Y no te pasa que alguno te para por la calle y espera que seas gracioso, que le cuentes un chiste?

– Si alguien espera que sea gracioso es poca cosa para mí y si me pide que le cuente un chiste le digo que soy dirigente del ARI.

¿Precisás de los proyectos autogestionados para trabajar?

– Es lo que más me interesa hacer, pero no veo como una condición inevitable que cada proyecto tenga que tener un formato autogestivo. Por eso pude ser parte de elencos como en Sol negro o en películas.

¿Y qué cosas tienen que pasar para que un proyecto te interese?

– Como actor me tiene que interesar la historia o que sea muy complicado actuar eso y constituya una especie de desafío. Las relaciones humanas son importantes, qué establecer con el tipo que tiene la idea, con los compañeros, con las compañeras. Por ahí el misterio es lo interesante o la persona que te convoque. Con la actuación uno no tiene tanta conciencia de qué va a suceder (Nota publicada por la revista Acción (http://www.acciondigital.com.ar/).

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