SALIENDO A VER…¿QUE PASA EN LOS BARRIOS?

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Buenos Aires Sos (BAS).- Mayo 2008.- (Por Dante Knott).- Desde la asunción de Macri como jefe de gobierno se ha profundizado una política agresiva contra los trabajadores de la cultura y los espacios político-culturales. El cierre de más de 700 talleres (lo que redujo la oferta histórica en un 60%), el despido de docentes y el incumplimiento salarial son algunos ejemplos de este reconfigurado escenario.

 

El Gobierno de la Ciudad pretende  concesionar lugares en las plazas y parques porteños para que allí se instalen bares y áreas de servicios, para eso deberá derogar las actuales ordenanzas que hoy prohíben la cesión de terrenos a empresas privadas en espacios verdes.

En el Ejecutivo local afirman  que se busca que los espacios públicos sean más atractivos y estén mejor preparados para que la gente los disfrute.

A su vez se despide de forma masiva a los trabajadores del Estado acusándolos de «ñoquis», se incrementa el ABL a pesar de que el 80 % del presupuesto de la ciudad (alrededor de $13.000.000) está compuesto por los ingresos brutos, se  desaloja a los cartoneros y  se limita el acceso a la salud pública a las personas que viven en el Gran Buenos Aires y el resto del país.

Estas medidas no sólo tienen consecuencias en lo práctico sino que también en cada una de ellas el Gobierno construye y resignifica categorías en pos de aumentar consenso y legitimidad, las nociones de «gestión eficiente», «soluciones concretas» ,  son variantes que responden a una necesidad inminente de afianzar un determinado imaginario social que «tape» o mejor dicho tergiverse las causas de una conflictividad social ascendente que jamás  podrán, por su propia lógica, resolver.

La ofensiva no es nueva, aunque se ha vuelto más virulenta. En ese sentido debemos remarcar una política de continuidad; se expresa una forma de pensar la cultura que han tenido históricamente los sectores del poder. Aunque Mauricio Macri representa a la derecha con una potencia simbólica muy fuerte, debemos prestar atención a sus expresiones concretas no tan recién llegadas.

Hace décadas que los dueños del poder real en la ciudad, y en lugares más vastos, han impuesto un modelo que, a pesar de sus «cambios» y diferentes matices, nunca han tendido a la democratización de la cultura, o a la recuperación de una cultura popular.

Las clausuras no han sido más que una herramienta que busca consolidar la estrategia de mercantilización de la cultura. Es un medio más del proyecto hegemónico que naturaliza las relaciones sociales de desigualdad, pregonando el individualismo, el lucro y la competencia. Algo tan general como eso se materializa en formas concretas y en políticas concretas: no es casualidad que la secretaría de cultura se haya fusionado con la de turismo. Expresa la pretensión de subsumirlas a la misma lógica.
Si bien desde distintas fuerzas políticas se manifiesta la intención de estimular la participación vecinal en la ciudad, parece cada vez menos verosímil que efectivamente ocurra. No ocurrirá en tanto se siga atacando a los centros culturales que, en su mayoría, actúan como espacios genuinos de discusión e intervención social y política: Son espacios de apropiación y constituyen actores políticos y sociales barriales. Una democracia que se precie de participativa será una ficción, también, en la medida en que la participación se reduzca a una vez cada cuatro años. Los espacios de participación reales son desplazados, mientras crece el discurso de una participación ficticia.

La democratización de la cultura no está separada de la democratización de la vida material. Ante este avance del Macrismo debemos aunar fuerzas y seguir realizando acciones: detenerlo es urgente, pero la urgencia no debe distraernos de lo importante. Debemos ser capaces de organizar una estrategia de largo aliento que nos permita desarrollar una política unificada. Ser capaces de intervenir en todas las problemáticas de La Ciudad, de discutir con los vecinos en cada esquina propuestas y soluciones, de elaborar una ley para los centros culturales, en fin  sumar voluntades en la acumulación de poder para desarrollar una  fuerza propia organizada  que no solo le dispute al gobierno de turno sino que genere un nuevo modelo socio económico en la Capital Federal.  La apropiación de la cultura como un derecho social y no de unos pocos debe ser nuestra guía aún en las acciones más pequeñas.

La criminalización de la protesta y la pobreza, el intento por despojar a los barrios de sus lugares  de producción colectiva son piezas de una pelea global caracterizada por  el aumento de la conflictividad social, las contradicciones permanentes del capitalismo y la crisis del pensamiento único. En ese sentido, no se trata de defender a los centros culturales desde una perspectiva corporativista, sino de comprender que si la ofensiva es integral la resistencia no puede ser sectorial, y menos cuando esa resistencia quiere ser vehículo de construcción de nuevas formas de ver y hacer el mundo.

Ese es el gran desafío, tomar partido en la batalla de ideas para adueñarnos nuevamente del quehacer social. (Publicado en www.agenciaisa.com.ar)

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