ROMPE PAGA

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Buenos Aires SOS.- 14 de noviembre de 2011.- (Por José Luis Verti).- ¿Escuchaste?,  dijo  Alberto en un registro y tono de voz como para que Ramiro sepa que le estaba hablando a él y a nadie más. Acababan de cenar, eran varios en la casa, y el ruido de  cubiertos que se recogían,  de platos que se apilaban, botellas que volvían a la heladera y el sonido de la tele, de donde había partido la información que disparó la pregunta, distraían lo suficiente como para que el resto siguiera haciendo lo que tenía que hacer, hasta Ramiro, que sabía que la cosa venía con él, podía disimular y encarar para la compu sin temor a ser reconvenido porque no le daba bola al abuelo.

-Qué pasa abuelo, ahora se te da por el cine, dejó  Ramiro la ironía para irse a conectar, sabiendo que lo suyo era casi una descalificación. Pero no se podía frenar: su rechazo a las viejas historias relatadas por el abuelo Alberto, el único que le quedaba, había contagiado el conjunto de las cosas que lo relacionaban con el viejo, que lejos estaba de ser un hincha pelotas pero con el que sentía que perdía el tiempo. Por eso, ante cualquier intento de amarre, sea cualquier tema, y más aún si olía,  rápido, que era un tiro por elevación que buscaba reabrir capítulos que para Ramiro estaban superados.  Alberto lo sabía o, para no ser tan concluyentes, lo imaginaba convencido de que tenía una alta probabilidad de acierto.
-Te pregunté si escuchaste y siempre te lo voy a seguir preguntando, porque vos no me escuchás nunca, me ponés la oreja, la cara de que me estás atendiendo y la cabeza la tenés en otro lado.
-Si no te escuchara no te diría si ahora se te da por el cine, porque en la tele acaban de hablar de una película.
-Vés que no escuchás nada, ni entendés un carajo. En la tele acaban de hablar de fútbol, pero como no te conviene te hacés el gil, decís que hablaban de cine para no darme la razón.
-Abuelo el que no entiende un carajo sos vos, perdóname. Vos escuchaste bien? Acaban de informar que un argentino entró en el libro Guiness de los records, porque un cortometraje suyo ya ganó 278 premios. ¿Vos sabés qué es el libro Guiness?
– ¿Y vos sabés como se llama la película? ¿Escuchaste bien de qué se trata?, enfatizó Alberto, agrandado, porque sabía que en esa mesa de la cena él, que más que comer pellizca, era el que tenía los oídos más atentos al sonido de la tele, que él no prendía nunca. Mientras los papás de Ramiro se disponían a rematar el día cruzando números y anécdotas insustanciales de un día de trabajo, la hermana de Ramiro, Claudia, su novio y su cuñado y Juan, el más chico de la mesa, se pasaban mensajes de texto cara a cara, en un ejercicio de abstracción fantástico. Fantástico. Por eso Alberto oyó bien y no se dejó manipular, así lo pensaba él, por un Ramiro pillo que quería transformar en absoluta lo que en realidad era parte de la noticia que había escuchado muy de refilón, claro que con esa media neurona de atención podía anotarse en una discusión con el abuelo, el que con marcado esfuerzo podía tomar nota de lo que veía o escuchaba, aunque si le interesaba difícilmente navegara en imprecisiones. Como en este caso.
-Porque hay cosas que nunca se olvidan, se llama. ¿Y sabés de que trata? Unos chicos que jugando al fútbol tiran la pelota a la casa de una vieja, que se las pincha. ¿Cómo, no era que esas cosas pasadas ya no le interesaban a nadie, que no existen más?   ¿Te acordás la cantidad de veces que te hablé de eso? Cuando eras mas pibe no te quedaba otra que aguantarme pero cuando aprendiste a disimular, chau. Y ahora resulta que le dan un premio a un tipo por contar algo así. No uno, 278 premios.  Qué bárbaro, descubrieron la pólvora. Eso sí, cuando la pasen acá avísame, me gustaría verla, aunque sea para putear.
Ramiro no pudo evitar cierta incomodidad. El abuelo, aunque nunca lo admitiría, la había colocado bien. Igual se fue para la compu, no se iba a quedar enganchado en una discusión que no era de él. Porque si el abuelo me viene a pasar factura con la historia del fútbol mejor que cierre el orto porque a Maradona lo resiste y a Messi, que es un genio, que es de los nuestros, que juega a la play y juega como si jugara a la play, nunca se lo va a terminar de tragar. Y no se puede discutir con cabezaduras que cuentan cosas que no las pueden demostrar. A esos tipos de los que habla quién los vio, esas historias que cuenta quién las puede comprobar. Porque siempre vuelve sobre lo mismo.
Vuelvo sobre lo mismo porque no me escuchan, se resignó Alberto en un comedor en el que había quedado sólo. Porque tienen miedo que tenga razón, algo de razón, un poquito de razón. Ahora hay alguien, argentino, ¡argentino¡, que es récord por contar algo que está más manyado que el tango la Cumparsita. Entonces es un genio. ¿Por qué?, porque es de hoy, tiene, creo 30, 31, 32 años y, encima, vive afuera. ¡Qué grande¡ Y encima, cuando lo traigan al país seguro que lo juntan con Campanella, el otro que juntó premios a cagarse con una película donde lo mejor son los cinco minutos de Racing. Que por eso, y porque había escuchado los cuentos de Sacheri, fue que me dejé arrastrar al cine. Sacheri, pensar que cuando aprendí como se llamaba y me vine con un libro de él en casa todos se me cagaron de risa. Vos leyendo, lo que debe ser ese tipo me decían. Después se llenaban la boca hablando del guión del Secreto de sus Ojos. Claro, para el abuelo ni el más mínimo reconocimiento.
– ¡Abuelo¡, gritó Ramiro desde su pieza. ¿Cómo se llama la peli?. Alberto se estaba dando máquina de manera furibunda, como en sus mejores momentos, pero igual escuchó.
-Para qué querés saberlo?, contestó entre desganado y caliente, a la defensiva por lo que creía podía ser una nueva chicana, y Ramiro no sabía el trance que atravesaba el abuelo Alberto, dispuesto a reivindicarse a como sea.
-Dale, dijo tierno Ramiro. Porque hay cosas que nunca se olvidan, respondió el abuelo.
-Vení, vení, lo invitó el nieto a que se acercara a la compu, un aparato del que Alberto  desconfiaba, aunque lo sabía de “cierta” utilidad. En pantalla estaba youtube y lo que el abuelo no vio es que en el buscador figuraba encomillado el nombre del corto.  Lo que sí veía era una pequeña pantalla dentro de la pantalla que de pronto se agrandó. Después del play y antes que Alberto pudiera preguntar algo, surgieron las imágenes del corto metraje.
-No necesitás esperar a “que venga”, acá está, dijo Ramiro dejando asomar una sonrisa de satisfacción sincera. Alberto clavó la vista durante los 13 minutos de la proyección, sin importarle demasiado las participaciones de Cannavaro y Amadeo Carboni. Su mirada estaba puesta en el pibe que tenía la pelota, que era suya y que le había costado mucho, pero mucho. Y aunque hablaran en italiano y que, se enteró al final, estuviera  filmada en España, eso era lo que él tantas veces contaba y que sabía que no era apenas el recuerdo hecho melodrama personal. Y la vieja turra  y los pibes de la barra, bajo la insoportable presión de ser llamados cagones, el peor de los insultos. La pelota que cae en la casa donde no puede caer y ese crimen, imprescriptible, en manos de esa conchuda, turra, hija de puta. A medida que el corto avanzaba Alberto dudaba de él y de su capacidad para transmitir aquello que tanto lo conmovía y para lo cual,  se podría decir,  militaba a tiempo completo.
-Qué hija de puta, mirá como les pincha la pelota. Se las destroza. Y que pelota hermosa, se conmovió Ramiro. Alberto no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer. Le preguntó si podía congelar la imagen. El video se detuvo.
-Decíme, vos me escuchás cuando hablo, me prestás atención. O soy un viejo gagá que solo puede hablar boludeces?.  Mirame bien.
-Sí abuelo, no seas boludo
– Hace tres o cuatro domingos atrás me llevaron a caminar por San Telmo, está bien? ¿O eso es viejo también? Tres, cuatro domingos, ¿puedo seguir?
-Cortala, seguí.
-En un momento nos metimos en ese mercado gigante, donde hay de todo y que tiene tres salidas. Claro, como siempre dirás vos, yo me paré un poco, no mucho, en uno de los puestos de antigüedades mientras vos seguistes de largo porque te querías tomar algo fresco en esos bolichitos que están en el medio, donde se come de parado. Te acordás, no?
-Sí,  y no me boludees.
-Te estoy hablando en serio. Yo me paré a ver una pelota de cuero hermosa, bien marrón, de gajos alargados, cocida con esos hilos gruesos, de los que antes se usaban también para atar los matambres. Enseguida pensé en regalártela, me parecía un lujo. Tu vieja me dijo que estaba loco, que a vos no te iba a interesar, que estabas en otra cosa. De caprichoso fui y pregunté el precio, mil quinientos pesos. Una locura. Me había metejoneado, pero me pareció un afano, directamente. Cuando salíamos volvimos a pasar por el puesto. Vos venías con nosotros y cuando viste la pelota, soltaste una carcajada y dijiste con esta mierda jugaban antes abuelo. Esa mierda es la que ahora te gusta tanto, porque la usan en una película que ganó un premio. Seguro que ahora te parece mejor que la que se usó en Sudáfrica.
-¿Por qué me provocás?
– Provocación le llamás, bueno ponele el nombre que quieras. Sabés que fenómeno es que me estés mostrando esto, ni por puta sabía que  se podía ver ya,  para mí es mágico. Pero por qué tiene que estar ahí para que tenga valor. Ya sé, me lo explicaste muchas veces y  ojo que, a diferencia de vos, yo te escucho, trato de entender. Y hago un esfuerzo. Pero escuchame y atendeme vos también, porque hay cosas que son más viejas que el viento y el viento todavía sopla sabés.  Decíme ¿Cuántas veces te dije de corrido los equipos de Racing del 59, 61, 66? ¿Cuántas veces me mandaste a la mierda sin decirme nada, con la mirada nada más? Y  no te cuestiono, te puede importar un zorete todo eso. Pero resulta que en la película argentina que ganó el Oscar, Francella le da pie al escribano y le pregunta por Oleniack, Anido y Mesias, más todo el equipo, Manfredini, Bavastro y Ataúlfo Sanchez para demostrar que lo único que se conserva intacto es el amor por un equipo, un club, algo que resultó clave para encontrar al criminal. Y encima para muchos ese diálogo y las imágenes de la cancha fueron de lo mejor de la película. Y entonces, todos por el rescate emotivo, de un sentimiento inalterable, justo ahora que lo único que importa es el hoy. Aquello interesa porque tiene premio y nada más.
-Yo elijo de qué acordarme y cuando.
-¿Y a quién le das bola para acordarte?.  A  quien te lo dice.
-¿Y qué tiene de malo?
-Nada
– En esta compu yo elijo donde me meto, por ejemplo
– Pero primero los que manejan la compu te eligieron a vos, para que, entre otras cosas, vos les cuentes los que ellos quieren, te guste o no te guste.
-No entiendo de que estamos hablando.
-No importa. Terminemos de ver el video.
Al abuelo el cortometraje no le cerró del todo, salvo aquello en lo que había batallado conceptualmente con Rodrigo, aunque él estuviera lejos de llamarlo de ese modo. La venganza de la vieja la sintió extrema, seguramente un recurso del director para lograr un impacto. A Alberto le parecía demasiado que una vieja cruel e hija de puta se convirtiera en una víctima, capaz de encanar un pibe por años. Pero lo que duraba era la indignación, por  los que reaccionan sorprendidos como si nunca hubiesen escuchado nada de eso que ahora tanta admiración les provoca. Había pasado a formar parte del canon de lo nuevo.  Pensaba en plural porque no quería adjudicarle esa conducta apenas a su nieto, estaba seguro que si hiciera una encuesta el 95% hubiese hecho y dicho lo mismo.
Por esto último, se cuestionó la dureza de la conversación con Ramiro, pero no podía tirar para atrás ese momento ni nada de lo que sostuvo tan convencido.  Más aún cuando mirando El Gráfico de la tercer semana de marzo del 59, se detuvo en una pequeña información de la última página, esa que firmaba Panzeri, que bajo el título “Señora…¿me da la pelota?”, decía: ” Doña Angela Vallmajor responde siempre que no. Pero acaso tenga que cambiar de opinión o cambiar de casa. En Figueras (municipio español de Gerona, Cataluña) sentenciaron a doña Angela Vallmajor al pago de costas en juicio que ella misma había promovido por amenazas. Es dueña de un predio contiguo al parque de fútbol y se queda con cuanto balón cae en su terreno. Ya se ha “clavado” catorce. ¿Odia al fútbol o lo quiere demasiado?”.
Y ahí nomás, convencido a pesar de todo de que no todo tiempo pasado fue mejor, agarró la cajita con el CD de Divididos y puso a todo trapo Qué Vez.

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