¿REINA DEL PLATA O THE SILVERY QUEEN?

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Buenos Aires SOS.- 13 de octubre de 2011.- (Por Rubén Derlis).-  A poco que se camine por la ciudad con la intención de mirar vidrieras, se repara no sin asombro que ya las tiendas no liquidan, ahora ofrecen sales; las zapaterías no venden zapatos, sino shoes; cualquier sucucho de la más ignota galería comercial cuelga cuatro trapos pero ofrece clothes. Y si seguimos andando por nuestras calles, veremos que las pizzerías tiene servicio de delivery, algunos comederos autotitulados fast food sirven hamburguesas con frenys, y no crocantes papas fritas; abundan los seudocafés que se anuncian en afiches como salad bar, más para confundir que para aclarar al transeúnte ignaro de lo que no tiene por qué saber, de qué cosas allí se expenden, si productos abundantes en sal o ensaladas. También contamos con joyerías  cuyos relojes miden el tiempo como clocks o match, que es lo que publicitan, e innumerables negocios de mayor o menor importancia ofertan diversos y variados artículos que invariablemente son best, top o first line.

En algún  viaje por el norte de América recuerdo haber visto gente de impecables clothes, calzando shoes, que lucía en su muñeca un bello match mientras almorzaba en un salad bar, pero en Buenos Aires no vi a nadie, porque que yo sepa, por estas pampas se viste y se come también en castellano o español, si se prefiere.

Si esto tiene un colmo, acaso es el de alguna librería  que vende books; pregunté cierta vez de puro gusto si habían recibido textos o literatura en inglés, a lo que me contestaron que sólo tienen libros en castellano. ¿Entonces qué?
La tilinguería abruma; la escasa imaginación da más pena que tristeza; la burda imitación de lo foráneo deprime. Si esto fuera cosa de poca monta, ni lo tendría en cuenta: lo atribuiría a una moda pasajera pronta a desaparecer reemplazada por otra, y podría decir como Radrágaz: “Tanta pavada cansa”. Y a otra cosa. Pero no es así; es más grave, ya que este muestreo es nada más  ni nada menos que el reflejo que se recibe como un rebote, a la vez que absurdo, inquietante, de una intromisión largamente pensada, estructurada hasta sus mínimos detalles frente a la cual permanecemos impasibles como si nada ocurriera, cuando en realidad sucede. Porque si nos substraemos de las vidrieras y levantamos los ojos hacia el cielo porteño, golpearemos nuestra identidad contra los grandes carteles de las multinacionales de distinto pelaje, pero de igual rapacidad, que más que anunciar imponen agresivamente sus productos, llámense gaseosas, cigarrillos o indumentaria deportiva –por citar sólo algunos– directamente en su lengua de origen, sin pudor, en actitud francamente desafiante de aquí estamos; especie de invasiones inglesas con otra bandera, sin cañones, pero con dúmping y proteccionismo comercial de variada índole, en una afrenta por partida doble: a la nacionalidad y al idioma.
Si los comerciantes se fotocopian sus tan desleídas como magras ideas unos de otros por esnobismo o por temor de ser tenidos como subdesarrollados si emplean el castellano –como corresponde– y optan por ofrecer en inglés sus mercancías, aunque no sepan más que media docena de palabras en este idioma, no preocupa, aunque la impostura pueda resultar irritante, ya que cada uno es dueño de dejarse colonizar si así lo prefiere, arrodillarse a ser libre, o adherirse al cipayismo antes que a la nacionalidad. Al fin y al cabo todos aplaudimos a Gunga Din cuando éramos chicos; lo lamentable es que muchos, ya adultos, lo sigan vivando. Lo que sí debe preocuparnos, vivamente, son los carteles diseminados por toda la ciudad y desde los cuales se nos trata de imponer una lengua ajena en otra forma más de penetración imperial. No son precisamente simples letreritos que pasen inadvertidos; son afiches con profusión de luces, enclavados en lugares estratégicos: en las altas medianeras de los edificios, frente a espacios abiertos, en avenidas, y cuyas nada despreciables dimensiones ocupan respetables metros cuadrados.
En los barrios que poseen su propio nudo comercial –Recoleta, Belgrano, Palermo, Flores, además del Centro– es donde esta quintacolumna hace estragos, debido a que en estas zonas de alto poder adquisitivo hay un terreno más fértil para sus propósitos: a mayor bienestar hay también una mayor insensibilidad frente a los problemas de los que menos poseen. Básicamente a este sector van dirigidos los mensajes, porque de alguna manera es un estrato social que decide. Además no es nada raro que en estos núcleos exista una irrestricta adhesión a lo extranjero (del Norte) que es acompañada con desparpajo por la imitación servil.
Vale la pena citar, aunque menos sea, algunos textos a manera de ejemplo: 1) Camel, genuine taste. 2) Just be, the new fragance for people (Calvin Klein). 3) Air zoom flaight 5 (Zapatillas). 4) Drive you destiny. Route Jean. 5) Colbert U.S.A. for men. 6) Kikers, kick the system (Calzado deportivo). 7) Airnes, shoes in action mod. croos running. 8) Reebok, DMX 2000 Active air, transfer system. Muestras tomadas al azar entre el caudal de despropósitos con los que podríamos llenar varias páginas.
Estaría bien que el Gobierno de la Ciudad tomara conciencia del problema y adoptara las medidas adecuadas para frenar esta avanzada de neocolonización cultural que se instala con prepotencia y cuya falta de ética está a ojos vista: basta con mirar hacia arriba y leer –aunque sea a la criolla: sin entender lo que dicen– para comprobarlo. No está de más volver a repetir que una de las maneras de dejar de ser nosotros, de perder la identidad, es permitir que nos escamoteen el idioma.
A aquellos que deben estar preguntándose ya a final de esta nota qué tiene que ver todo esto con Buenos Aires, los invito a que hagan memoria y recuerden algunos afiches de antes de la década del 60 –cuanto más atrás en el tiempo mucho mejor– o que hojeen cualquier revista porteña, desde Rico Tipo hasta Patoruzú, desde El Hogar hasta Para Ti, y que me informen si en los avisos y publicidad de entonces logró encontrar alguno escrito en otro idioma que no fuera el nuestro. Además el sentimiento y el cariño por la ciudad no se expresa sólo en el recuerdo, la nostalgia o la añoranza, también se manifiesta mediante la militancia ciudadana, defendiendo lo que en el presente vemos peligrar, para que cuando este hoy sea mañana podamos añorarlo, recordarlo o nostalgiarlo –según lo quiera nuestro antojo– con la satisfacción que da el haber peleado por lo que consideramos correcto.

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