Parque Rivadavia: el dolor por la pérdida de los puestos de libros

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(Por Debret Viana) Empecé a armar una biblioteca con libros que iba comprando en la calle Corrientes, por la que paseaba por las tardes, a la salida del secundario. algunos usados y mayormente ediciones re truchas y pedorras de clásicos pero con buenas traducciones, porque eran choriceadas a editoriales de severidad académica. no era una biblioteca en sí, sino más bien una veintena de libros alineados en el sopi, porque en la casa no teníamos bibliotecas ni estantes. la cosa se puso seria, y tuve que invertir en una biblioteca, cuando pegué un laburo en un kiosko de Caballito: estaba a pocas cuadras del parque Rivadavia, donde dejé mis primeros sueldos. recorría los puestos extasiado, rumiando, entre gatos y discos de mp3 en los que estaban discografías completas, los universos latentes que prometían las tapas y las contratapas, hasta que la tentación se volvía irresistible: elegía uno (o dos) y me tiraba al pasto a leer. 


En estos puestos tuve mi primer acercamiento a literaturas contemporáneas: compré barato mis primeros Anagrama, mis primeros Tusquets, mis primeros Aira, Pasolini, De Santis, Kerouac, Vila-Matas, Kundera, Duras, Baricco, Carver, etc. había un puesto que traía unos libros muy baratos de la Universidad de Madrid, que fueron miss primeros pasos en la teoría literaria con Blanchot (que me partió), Deleuze, Benjamin, Baudrillard, Kristeva y me acuerdo que empecé así también un largo viaje por la literatura oriental, descubriendo a Kawabata, Tanizaki, Mishima y Oé.

Había una solidaridad encantadora entre los libros y el parque. recorrer las estanterías y los escaparates bajo los árboles, al aire libre, después buscar la profundidad del parque, lejos de los ruidos de la avenida, entrar en la lectura sobre el pasto, con los pájaros de fondo y el murmullo de las hojas en las ramas altísimas. ya estoy viejo, y creo que no haría más esas cosas, pero atesoro esos recuerdos como imágenes de una dicha personal.

Por eso me duele que un lugar que para mí tendría que ser cuidado como un pulmón cultural y asistido para que siga fomentando la lectura, sea atacado, reducido, borrado de la ciudad y del mapa. ¿realmente necesitamos otra calle? ¿no hay suficientes ya? ¿cuántos espacios que resisten el tiempo aliados a los libros hay? no, no me extraña una artimaña tan funesta por parte de una política cultural siome ejecutada por un equipo de iletrados que desprecian la cultura y no sabrían bien cómo sostener un libro que no sea de Ayn Rand o de autoayuda para empresarios garca.
Es triste.
Ver libros quemados nos remite al horror de las ficciones distópicas que jamás creímos ver otra vez en este siglo. nuestra cultura, empequeñecida, azotada y malversada, está en manos de forros de sci-fi. ¿hasta qué punto ha de llegar la villanía boba y sádica de castigar el circuito del libro? lo inverosímil es a veces lo verdadero. empujados cada vez más contra el borde de lo real por medidas absurdas y criterios irracionales, quizás tengamos que buscar la respuesta entre las distopías y Cthulhu.

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