«NO SON TIEMPOS MUY POLÍTICOS PARA LA LITERATURA»

0 3

Buenos Aires Sos (BAS).- Agosto 2008.- (Por Esteban Vera).- Periodista, crítico literario y autor de tres novelas –Nombre de guerra, Tres deseos y Adiós a la calle–, Zeiger recibió a Agencia NAN para dialogar acerca del compromiso político de la nueva generación de escritores, los vestigios de escritura queer en sus obras y la posibilidad (o imposibilidad) de subsistir de ser escritor. De Bolaño, Cortázar y Borges a Guillermo Martínez, Cielo Latini o Fernando Peña, Zeiger analiza el estado actual de la literatura argentina.

 

Claudio Zeiger (44 años) fue empleado telefónico y delegado gremial durante la primera mitad de la década pasada. Tras colaborar con El Porteño, V de Vian y El Periodista, abandonó definitivamente “a la familia de telefónicos”, como gusta decirle. Con Nombre de guerra, de 1999, llegó su debut novelístico. En 2002 publicó su segunda novela, Tres deseos. Y en 2006 su último libro, Adiós a la calle. Actualmente, a su labor como escritor y periodista le suma la de crítico literario para el suplemento Radar, del diario Página/12.

Entrevistado por Agencia NAN, Zeiger ofreció su mirada sobre la presencia (o ausencia) de debate entre las distintas camadas de escritores que coexisten en la actualidad. Pero también adelantó que está finalizando su cuarta novela y que prepara un ensayo literario, destacó la ausencia de referentes en la literatura vernácula, pero mencionó a Roberto Bolaño como “la gran influencia de los escritores latinoamericanos”, tras el boom de la década de 1960.

Nombre de guerra narra la historia de dos pibes de Avellaneda que se prostituyen con el fin de ser “libres” a través del dinero, ¿no sentiste temor a que siempre se esperara de vos historias con contenidos homosexuales?
-A Nombre de guerra nunca lo pensé como queer. Aunque toma un tema del circuito gay, de la noche gay, no lo pensé comoqueer, me parece que el concepto queer viene más del campo teórico. En mis novelas posteriores, como Tres deseos, hay una historia sobre el SIDA en los años 80. De todos modos, acá no existe una literatura gay, como para ser encasillado. Y sería muy presumido pensar en que tengo lectores pendientes, esperando una nueva novela mía. El encasillamiento me parece muy presumido.

“En enero de 1993 hice el amor con un muchacho skinhead. Fue en un momento impreciso de la madrugada que siguió a la noche en que nos conocimos, aunque decir ‘hice el amor’ es una manera de falsear lo sucedido, porque en ningún momento fue amor y porque hacer lo que se dice hacer, no hicimos nada demasiado concreto. Estuvimos juntos, eso sí”. (Fragmento de Muchacho skinhead)

– ¿Tu muchacho skinhead refiere a la Muchacha punk de Rodolfo Fogwill?
– El cuento es casi cómico, pero fue importante para mí, como un despegue, por que me costaba mucho terminar de escribir. Surgió como un chiste-homenaje a Muchacha punk. Era una mojada de oreja a Fogwill, una versión pervertida. Me parecía que se podía escribir algo más fuerte: una periodista que se curte a un skinhead es algo más fuerte. En ese momento estaba fascinando con Fogwill y en especial con Ejércitos imaginarios. No tenía la pretensión de un cuento realista, como sí la tuve en Nombre de guerra.

– Como crítico literario, ¿creés que la nueva generación de escritores tiene una postura, un compromiso político?
– No son tiempos muy políticos para la literatura. Desde Pablo de Santis y Guillermo Martínez hasta los más nuevos narradores de antologías como En celo, da la impresión de que no. El caso de (Rodolfo) Walsh clausura el tema del compromiso político al abandonar la literatura. “Mi novela es burguesa”, dice él. En la literatura de Walsh se nota que eso que se plantea como una especie de superestructura política se encarna en su literatura. Quizá en otros escritores no tanto. Si el de Walsh es el modelo, estamos a años luz.

– ¿Eso a qué se debe?
– Hay una deuda pendiente: pensamos como adolescentes durante la Dictadura. Tengo la impresión de que los que vivieron toda su vida en democracia están fuertemente despolitizados, sin que eso signifique “¡Ay, qué despolitizados que son!”, sino que tienen otra forma de pensar lo político. Ahora es lo apolítico contra lo político. Hay una idea de pensar lo marginal como algo más social, separado de la política. Claro, es una hipótesis, pero que lleva a una concepción de qué es lo político. Lo político pareciera una especie de circuito cerrado, donde quedaron encerradas la Dictadura y la Militancia, hablando entre ellas. En los años 70, con todas las críticas que se le hacen a esa época, el escritor era un intelectual, una categoría que hoy causa repeluzno. El intelectual era Cortázar, por ejemplo. Los escritores entraban y salían de la política sin planteárselo. Después vino el planteo “o a la política o la literatura”. Y después de la Dictadura no quedó nada.

– ¿Considerás que para esta nueva camada de escritores hay que superar, “matar” a los otros, los anteriores?
– La estrategia básica de los nuevos, de los no tan nuevos y de los que vendrán es la absoluta indiferencia. Es bastante feo lo que pasa. La diversidad empieza a preponderar con la apertura democrática. Esto es bueno y lindo para todos: cada cual tiene su área. En el Siglo XIX, la literatura argentina operó por parricidio, confrontación, choque, matar al padre, reconocer a éste sí, a éste no. Me parece que por exceso de matanza el parricidio paró. Y entramos en una etapa de diversidad, que es bienvenida, pero la diversidad trae problemas nuevos, como la falta de confrontación, la falta de debate: “¿Vos qué opinas? No sé, no lo leí”.

– ¿Hay referentes en la literatura argentina?
– No. La literatura no funciona con referentes. Hoy ese esquema no funciona, no hay nadie indiscutido, pero en realidad nunca hubo alguien indiscutido. Cuando se menciona a Borges, no hay alguien más discutido que él. Cortázar fue demolido. Los que han tenido una imagen pública han sido muy discutidos, incluso Sábato, a quien hoy nadie parece tomar en cuenta.

-¿Y en Latinoamérica? ¿Se puede pensar a Roberto Bolaño como referente?
– Bolaño se convirtió en referente de los escritores latinoamericanos. Gusta, es un escritor de escritores, que impacta en ellos. Hay autores latinoamericanos en los que es muy palpable su influencia. Probablemente sea el más influyente después de Cortázar. Es el primero, después del boom latinoamericano, que logra consenso y efecto. Sobre todo por ser muy latinoamericano, pero no hacer una demagogia de lo latinoamericano. Él estaba en Europa y se notaba que el corazón de su literatura es sudaka. Personajes de jóvenes escritores y poetas sudamericanos subterráneos protagonizan sus relatos y novelas.

– Volviendo a la confrontación entre los escritores, ¿se puede rescatar también en Bolaño lo crítico que era con respecto a sus colegas?
– Bolaño tenía una saludable política: dar nombres. Una política de confrontación que ya no ocurre. Lo que pasa con Bolaño es que ya le buscaban la lengua, sobre todo para provocar una situación con las escritoras chilenas. En lo que es una actitud saludable de él, buscaban para conseguir títulos.

– ¿Se puede sobrevivir de ser escritor?
– Me parece que es difícil vivir de ser escritor por la continuidad. Alguien puede ganar un buen premio literario, pero si no hacés algo enseguida, se va. El famoso “vivir de los derechos de autor” no existe. Los derechos de autor son del diez por ciento. Se han abierto algunas puertas en lo infanto-juvenil y algunos escritores escriben para eso. A Guillermo Martínez lo conozco y no creo que se haya imaginado lo que le pasó cuando escribió Acerca de Roderer. El pibe era matemático. Quizá en el devenir de la vida te encontrás viviendo de los libros, como pasó con Guillermo Martínez, pero no es fácil.

– ¿Cómo conviven en vos ambas profesiones? ¿Considerás que el periodismo reduce la creatividad y la energía para escribir ficción?
– El periodismo te quita mucho tiempo, a diferencia de otros trabajos. Tiene la contra de que, cuando te ponés a escribir, tenés la cabeza desmantelada, porque estuviste escribiendo y editando todo el día en una redacción. Pero el pro es que te da rapidez para escribir, te sentás y comenzás a escribir. Te da un training. El periodismo te enseña a escribir aunque no tengas ganas, lo cual presupone que para escribir hay que tener muchas ganas. Yo decidí no hacer periodismo cuando hago literatura y no hacer literatura cuando hago periodismo.

– ¿Estás escribiendo otra novela o tal vez un libro de relatos?
– Estoy terminando una novela. Si la termino este año serán dos de laburo, más o menos. Yo no escribo mucho, debo confesar. Aunque también estoy escribiendo un libro de ensayos literarios.

– ¿Anticiparías alguna idea sobre de qué trata la novela?
– La novela empezó con una fascinación por ciertos ambientes, climas y personajes de los años 50 que empecé a buscar en la literatura argentina. La década de 1950 es un mundo dividido siempre en dos: lo alto y lo bajo, peronismo y antiperonismo, es una década que se parte a la mitad en el ‘55, más antinómica imposible. La superficie era muy dura, muy tajante, comencé a pensar una especie de protodiversidad. Fue una década de atrincheramiento y me preguntaba qué pasaba debajo. La idea es contar eso. Después se derivó a otras épocas y terminó abarcando 40 años.

– ¿Cómo analizás el mercado editorial en el país?

Hay mucha tendencia a que no haya literatura. Si entras en una librería ves mesas y mesas con libros, pero no hay literatura, hay otra especie de cosas. Por dar dos nombres: lo que hacen Fernando Peña o Cielo Latini no es literatura, es otra cosa, son productos. No están hechos por escritores, por lo cual uno puede suponer que están escritos o elaborados por otros. Son libros que se venden por lo mediático. En el caso de Cielo Latini, pegó el cruce del blog y lo anoréxico. Y Peña es Peña, un personaje. Hasta los mitos de Pigna entrarían en esas cosas. (Artículo publicado en agencianan.blogspot.com)
Buenos Aires Sos

View all contributions by Buenos Aires Sos

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *