ME HAGO ILUSIÓN QUE VOLVÉS

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Buenos Aires Sos.- Marzo 2009.- (Por Ana Larravide).- Era el año 1917… Desde el escenario de un teatro, una voz incomparable conmovió a Buenos Aires al cantar: «Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida…”
Carlos Gardel, hasta entonces cantor de temas camperos, le abría cancha al primer tango canción.

 

A la música de Samuel Castriota le puso versos Pascual Contursi. Versos para “Lita” (Ángela, una mina de cabaret que, valga en su honor decirlo, no amuró al poeta en la mala sino en lo mejor de su vida). Pero Lita, al tiempo, volvió al bulín. Con ella volvieron la alegría, los bizcochitos, se desempañó el espejo, la lámpara alumbró la catrera y la guitarra salió del ropero. Entonces, para no usar su querido nombre para un tango que comenzaba con un reproche, decidieron llamarlo “Mi noche triste”.

Nada arraiga tanto en la sensibilidad popular como lo que coincide con la verdad de su tiempo. Esa coincidencia mostraron los versos de Contursi. La inmigración había superado largamente a la equivalencia de la población de mujeres, en Buenos Aires. Muchos estaban o se sentían solos. Recurrían a los cabarets, a los prostíbulos… pero, en el fondo, su sueño era una mujer que se quedara, que alegrara la vida con la adorable cursilería de los diminutivos y consiguiera que la melancolía –el esplín– se fuera del corazón.

Para que una mujer vuelva, hay que mostrar lo que se siente por ella. No avergonzarse de cantar sentimientos aunque se sea varón (“varón pa´quererte mucho”, diría Homero Manzi años después). Hubo que encontrar palabras, comunes y certeras. No servían los versos del Modernismo (cisnes, sonatinas, risas y desvíos tras biombos del Japón). Contursi tuvo el valor de contar su noche triste: su propia tristeza –la de tantos– con palabras en que todos podían reconocerse. “Mi noche triste” alude a la mujer querida a través de los detalles que la recuerdan: frasquitos, moñitos, espejo… Sin ella hasta el mate (habían sido matecitos, al estar juntos) se vuelve pena cotidiana. Llamar a las cosas por su nombre y decir “no puedo cerrar la puerta porque dejándola abierta me hago ilusión que volvés” era pura verdad. Y pura  poesía. Así empezó la canción de Buenos Aires.

Desde 1910 la fama de «El morocho del Abasto» había crecido (siempre con temas camperos). La admiración del público por otro cantor, «El oriental», sirvió más que para enfrentarlos para unirlos: en 1913 formaron el dúo Gardel-Razzano. ¡El público que los aplaudía era ahora el de los teatros de la calle Corrientes! Hay quienes señalan al Teatro Empire como el del estreno de «Mi noche triste», pero el diario La Prensa, el 3 de enero de 1917 anunciaba: «Para esta noche, en el Teatro Esmeralda, una función extraordinaria de la pareja de canto Gardel-Razzano y  el guitarrista José Ricardo. Se pondrá en escena el primer acto de «El distinguido ciudadano», por la compañía del Teatro Apolo, un diálogo de Alippi y Manolita Poli y un monólogo de Enrique Muiño.» Esa noche, sobre un escenario bacán (no en los peringundines, donde sí, sí, se cantaban letras socarronas, barriobajeras) el tango dejó de ser sólo instrumental y en la voz de Gardel se enseñoreó de Buenos Aires.

De esa noche triunfal de enero del 17 da fe el propio Gardel, desde una carta que José María, el hijo de Pascual Contursi escribió al doctor Luis A. Sierra: «Meses después del fallecimiento de mi padre, me encontré con Gardel en la confitería Las Violetas, en Rivadavia y Medrano. Era pasada la medianoche, él volvía de una actuación en el cine Río de la Plata. Estaba con su apoderado, Delfino. Al verme, luego de preguntarme como iban mis cosas, me contó la siguiente anécdota: Hacía unos años que no lo veía a Pascual, que se había encariñado con Montevideo. Un buen día se apareció en Buenos Aires y vino a verme… me pidió la viola y me dijo: ¡Te voy a hacer escuchar un tango… de un muchacho –mintió modestamente tu viejo- que me lo pasó en el Royal! Me gustó tanto –siguió diciendo Gardel- que lo aprendí enseguida. Cuando lo cantaba entre mis amigos, se entusiasmaban; pero no me animaba a cantarlo en público, hasta que me largué con un poco de miedo en el Esmeralda, con el éxito que vos sabés. ¡Recién entonces me enteré de que Pascual era el autor!»

Gardel había conocido a Pascual Contursi en 1915, en el cabaret Royal, de Montevideo. Los cuatro primeros tangos que grabó fueron suyos: «Mi noche triste», «Flor de fango», «De vuelta al bulín», «Ivette». En la versión más  celebrada de «Mi noche triste» a Gardel lo acompañan las guitarras de Aguilar, Barbieri y Riverol. (Otra gran versión registrará al bandoneón de Aníbal Troilo y la voz de Edmundo Rivero).

Contursi también escribió «Si supieras» (que aún dentro de mi alma/ conservo aquel cariño...), letra que consiguió suplir a la original (la cum-par-sa/ de miserias sin fin des-fi-la…) pero no al título de la música de Gerardo Matos Rodríguez, que perduró tal cual: «La Cumparsita».

En París, en 1928 –antes de la definitiva locura– Contursi escribió su último tango: «Bandoneón arrabalero», para la música de su amigo Bachicha Deambroggio. El bandoneón («ese instrumento alemán») se convirtió desde entonces y para siempre en el alma –el fuelle– rioplatense. Vos sabés que estoy triste y cantar ya no puedo, confía Contursi. Con voz enronquecida el fuelle acompaña ese último tango en París. Y… en fin: sin que los propios poetas se den cuenta sus imágenes insisten en volver a ellos: «la lámpara del cuarto» se transforma para él en «la luz de un farolito que de noche me alumbró». Pero ése es otro cuento. Otro tango.

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