MAR PICADO

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Buenos Aires Sos.- 16 de septiembre de 2010.- (Por Mailén Sosa).- Sí, definitivamente esa inquietante mujer estaba observándola. No había margen de error.  Camila lo venía  notando hacía varios minutos pero aún no estaba segura, por eso cada tanto hechaba una pispeada para confirmar si realmente era a ella a quien estaba observando, ninguna de las veces pensó que miraba a otra pesrona, pero igualmente seguia dudando, no entendia cómo alguien podia observarla de manera tan cruda.

Es que, en el inmenso mar de gente que suele sumergirse en la complicada calle Florida, era difícil deducir a quien mira o deja de mirar la gente, alli no se ve gente sino una manada, lineas fugaces, rostros borrosos que se van desvaneciendo a lo largo de la caminata. Ellas parecian ser las unicas personas detenidas en ese mar picado.

Camila esperaba a su madre para hacer las compras de año nuevo, esas compras tan densas, donde hay que pensar hasta en el niño mas lejano de la familia o aún peor: en qué perfume comprarle a la abuela. La madre llevaba ya diez minutos de retraso, pero Camila no era una chica con apuros. Se sentó en el escalón de una puerta y ahí espero, tranquila. En realidad intentando sentirse tranquila, pero esa mirada la seguía perturbando, luego de cinco minutos ya dejo de molestarle y hasta empezó a agradarle. Si aquella mujer queria jugar alguna clase de juego extraño ella no se quedaria afuera, siempre y cuando sea con sus reglas. Entonces, sonrió. La sonrisa de Camila no era igual que las demás, era de esas sonrisas que uno puede contemplarlas por siempre y nunca llegan a cansar, ni al más impaciente.

La muchacha de la bici no movió un pelo, siguió inmóvil, mirándola como 25 minutos atrás. No quedaba claro que hacia aquella ahí parada con su bici sin ningún tipo de funcion o voluntad de moverse. Solo molestaba a la manada que frunciendo el ceño, susurrando por lo bajo y hechándole miradas de odio trataban de transmitirle su desesperante enojo por no moverse al igual que todos alli.

La chica y su bici amarilla obstruian el paso y molestaban a todos en ese lugar, menos a Camila. Ella estaba segura que si en ese momento alguien se le ocurriera sacar una foto lo mas bello seria la chica de la bici, sin aquella pequeña mujer en la foto no seria lo mismo, no seria para nada interesante. Ésta era bajita, con un flequillo que cortaba abruptamente su frente, y con ojos indescriptibles, ni celestes ni verdes, marrones: los ojos más hermosos en toda la calle Florida, Obvio que la mayor parte de esa belleza lo aportaba su firme mirada.

Camila sin darse cuenta entró en su juego, ya estaba interesada en ella y en su bicicleta, no sólo eso, sino que al detenerse a pensar que hacia en ese escalón, pasada ya media hora, descubrió que su madre no vendria y que su mente rogaba que no lo hiciera.

Con un rídiculo salto se levantó, ese pequeño saltito fue el enorme impuslo que avalanzó a Camila hacia la chica de la bicicleta. No pensó ni por un segundo qué le diria, pero algo hacía que sus piernas no dejen de moverse, enfrentó a ese mar de gente que cruzaba la calle Corrientes, esperando llegar lo más rápido posible a ese poste donde la muchacha ya estaba atando su bici, adivinando que se le aproximaba algo que le haria ganar el juego, o tal vez sólo empezarlo.

Una vez juntas todo lo demás tomó un tono sepia, un papel secundario. Alli estaban ellas dos destacandosé del resto. Sus sonrisas estallaron, juntas parecian obtener el secreto de la vida.

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