LOS SANTOS DEL ESTAÑO

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Buenos Aires SOS.- 22 de junio de 2011.- (Por Julián Centeya).-  El bodegón muerde el freno de las primeras sombras, mientras su estaño -en la humedad fraterna- dibuja el decorado del frasquerío.

Mostrador litoral donde acodan los seres sus agobios de arrastre.

Espejo ilimitado, escondedor de lágrimas, es la plomiza luna donde se escrachan los desorientados.

De a poco, volteando timidez, determinados hombres se arriman a su vertiente.

Acamalan el fogón sin tregua que inquieta muy adentro: feligreses confesos, obedientes al llamado de la hora, ofrendan el manojo de sus berretines trampeados.

Hay muchas ilusiones maceradas en alcohol: sueltan los picos el licor que anima, pero ese mestizaje de bebidas no apaga ni adormece la payasa recóndita.

Y se oficia de pie, junto al estaño, marcando con el codo ese contacto que brinda confianza.

Surje una niebla rota de yugaje maula, mordido a la sordina, porque detrás de cada ser, vuela el ansia de la brisa,  mientras nacen murmullos mutilados entre las aguas verdes que fermenta la pena.

En el centro del vaso, profundidad del vidrio, piantan los ojos embrocando en su espiro un tibio callejón, penumbroso de apoliyo, donde aguarda el reposo sin zarpada.

Suelto ya el escolaso de los escabiadores, frente al deseo absoluto de los labios, las aves de la sed abren sus aletazos ortivando los nombres de la tristeza.

Y las bocas se beben las redes nocheras hasta quedar moradas, presas en el campo de la curda.

Alguna mano, a veces, de pasatela, enjuga goterones, escurridizos y ansiosos.

En la estantería, las botellas derrumban las horas, desfigurándose mientras el sabalaje levanta un coro extraño que marca contrapintas en la pared manchada.

Los concurdáneos cumplen sin deschaves, pegados a la línea del estaño, como si fueran plantas vivas clavadas en la cruz de un muro pensativo.

Una luna terraja platea el bodegón y nacen luces grises de biaba y esperanza.

Desatado el yuguiyo, fulero de emoción, el hombre se remanya con el tiempo hacia adentro, recorre la noche de copa y metejón, balurdo de las almas, estrella que se fue detrás del cielo turbio que nunca se olvidó.

Estaño: trascartón de la cantina, ya no engrupe el beberaje pero aleja la pazzia.

Apoyo del jugado, del forfai, del reventado, amasijados con el grito en espiche.

Reñidero de gomias que se astiyan en la noche con la curda que lastima.

Así quedan, enraizados, los santos del estaño -pila de confesión- muelle donde se atracan, garroneando un reposo después del yuyo mishio que les marcó la vida.

Quizás ninguna historia recogerá sus pasos ni documentará, jamás, el fulgor insondable de sus miradas mansas…

(Fragmento de El Vaciadero, de Julián Centeya)

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