LA SEGURIDAD, EN LA CIUDAD, PARTIDA POR LA MITAD

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Buenos Aires SOS.- 3 de marzo de 2011.- (Por Juan Carlos Chaneton).-   El título ya enuncia una parte del problema.  Los «vecinos» -como dice Macri- se sienten inseguros, en parte porque hay mucho jovenzuelo en la calle y, encima, vestidos de una forma «rara»: bermudas de ínfima, zapatillas ídem, remera y/o camiseta de la selección argentina como único lienzo con que cubren su torso (cuando no andan a torso desnudo) y la infaltable gorrita -o gorrito- con visera ajustada por detrás de la cabeza y por encima de las orejas con dos tiras (que hacen parte de la confección de la prenda), una de las cuales exhibe uno o dos botones metálicos que ingresan a  presión en el o los orificios, también metálicos, que luce el extremo de la otra tira.  Eso cuando el cierre del gorrito por detrás de la cabeza no se basa en otro sistema, también muy en boga, cual es el de estilo papel de lija apretado contra papel de lija y que, al ser separados, emiten un ruido entre feo y desagradable semejante al que hace una hiena cuando se rasca el cuero duro de su panza después de aparearse con el hieno de turno.

Claro, el potencial violador de la ley también está todo tatuado hasta el tuétano con lo cual conforma exactamente el tipo lombrosiano de «1’uommo delincuente», es decir, el que se ve que es delincuente desde lejos, se lo ve venir desde cien metros, ya se sabe lo que es, es un chorro o algo peor, si no, no se vestiría así y no tendría esa cara…

Ante esta incierta situación, las políticas de seguridad de los Estados nacional y de la Ciudad lucen desencontradas.  La seguridad está partida al medio.  La Federal por un lado, la «metropolitana» por otro.  Ésta no termina de nacer.  Y cuando lo haga… no se sabe que pasará, pero puede inferirse.

En primer lugar, el otro día, en Santa Fe y Coronel Díaz un pibe chorro se apareó a este cronista cuando este cronista iba cruzando la avenida Santa Fe por las líneas peatonales.  Se le apareó, le manoteó el bolsillo derecho (no le metió la mano dentro del bolsillo, sino que tanteó desde fuera si había algo dentro) y aceleró enseguida el paso.  Justo en ese momento, este cronista arribaba al cordón opuesto, es decir a la vereda donde un «policía metropolitano» había observado todo lo acontecido.  Cuando este cronista lo miró al policía de hito en hito, es decir, fijamente, esto es, como diciéndole  ¿Y…?  ¿Qué hacemos…?, el «policía metropolitano» metió violín en bolsa, miró para arriba, silbó uno de esos silbidos que llevan por título «la nada» y se hizo olímpicamene el dolobu.  Claro… Le dio miedo, seguro.

Bueno.  Estamos ante un problema.  Ante un problema menor, pero problema al fín.  Porque con estos policías no solucionaremos ninguna inseguridad.  Si se hacen caca encima ante un pibe chorro qué se podrá esperar de ellos ante varios pibes chorros, por decir lo menor.

Pero el fondo del asunto es otro.  En un matutino porteño del martes |°/3/2011 se leyó que los «patanegras» (policía bonaerense) brindan protección a un prostíbulo de la calle Salta en Mar del Plata donde esclavizan muchachas y las obligan a prostituirse.  Esa es la mejor policía del mundo; o la segunda mejor del mundo después de la Federal, creo que así fue dicho alguna vez por algún político.

El meollo empieza a aparecer por allí.  Si la Federal adolece de las mismas corruptelas que la bonaerense («corruptela», aquí, suena benevolente; en realidad, proteger la esclavitud sexual a cambio de dinero no es una corruptela sino un crimen aberrante); si la Metropolitana aprenderá su oficio de la Federal y de la bonaerense o, lisa y llanamente, estará constituida por «ex» de una y otra; si se educará en esos cursos contrainsurgentes que organizan los Estados Unidos en El Salvador; o si se drogarán con quetamina para salir a cazar pungas y carteristas, ninguna seguridad se derramará, cual bálsamo bienhechor, sobre los sufridos «vecinos» de la Ciudad.

Lo antedicho presupone una determinada concepción de la lucha contra el delito.  Es la concepción que antepone la represión a la prevención.

Pero hay algo más importante aún.  Suele decirse -con razón- que la prevención está muy bien pero, mientras tanto  ¿qué hacemos?  ¿Cómo evito que el chorro me peque un palo por la cabeza y se meta conmigo a mi casa por el garage mientras estoy guardando el «alta gama»?

Mi opinión (como dice un periodista de apellido Oppenheimer que, en realidad, no es periodistas sino empleado de la embajada estadounidense en la Argentina): el abordaje debe ser múltiple y en tres pasos:

1) Saturar, en la medida de lo posible, con fuerzas de seguridad las zonas «calientes» de la Ciudad.

2) Las fuerzas de seguridad deben estar organizadas conforme un organigrama en el cual la política mande al comisariato.  Si la seguridad se deja en manos de los comisarios no se soluciona nada porque: A) se consolidan los tráficos ilegales que tienen en las policías a sus actores principales (sin su participación no se podrían realizar esos tráficos).  Estas prácticas delictivas son «cajas» alternativas que las policías usan para financiarse y para provecho personal del comisariato y son, básicamente, cuatro: prostitución, juego, drogas y desarmaderos; y B) la seguridad, diseñada y conducida por el contubernio policíaco-punteril-político se convierte en una práctica represiva, violenta y cotidiana sobre aquellos sectores excluidos del proc eso productivo y de generación de bienes materiales y espirituales para los cuales el Estado no tiene nada que ofrecer.  Es nuda violencia (violencia desnuda y pura) sobre los pobres.

3) El último criterio de abordaje simultáneo del problema es la prevención. Y ésta excede el tema seguridad.  Es competencia de los ministerios que, en la Ciudad, se ocupan de la economía, del empleo, de la educación, de la cultura, entre otros ítem.

Pero no hay prevención que valga sin planes de largo plazo y con continuidad propia de políticas de Estado que generen empleo, habitación y escuela para todos.  Plata hay.  Pero si la plata se usa para otra cosa, las soluciones nunca aparecerán.

Por fín, una aclaración: cuando decimos que a la seguridad la tiene que mandar la política estamos diciendo que al frente de las policías y en los estamentos decisorios fundamentales de las fuerzas debe haber civiles especializados en seguridad democrática.  Y que en los comités de crisis, los uniformados informan y opinan sólo cuando se los autoriza y que quienes mandan allí son los civiles especializados en seguridad y que estén dispuestos a hacerles trizas a las polícias su lucrativo delito organizado.

 

 

 

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