La Policía echó a Rubén, el bandoneonista que tocaba en la estación de Temperley

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Ayer al llegar a la Estación de Temperley, de vuelta del trabajo, me llamó la atención ver que junto a la ventallina de Informes estaba parado, con su banquito y bandoneón ya enfundado, Ruben el Bandoneonista de la Estación de Temperley. Me acerqué para preguntarle si había pasado algo y me contó que lo habían levantado 7 efectivos de la Policía Federal. Lo habían sacado del lugar donde todos los días, como desde hace 7 años, toca su bandoneón, compartiéndonos su arte, llenando ese triste pedacito de la estación de vida.
Junto a él en la ventanilla estaba un muchacho que había presenciado la situación y estaba dejando su queja en el libro de quejas. Yo hice lo mismo tan pronto él terminó de escribir, atrás mío llegó un chico, que también había visto el triste expectáculo, pidiendo el libro para plasmar su bronca y descontento con lo sucedido.

Hoy a la mañana me acerqué a la oficina de personal y hablé con el Jefe de la Estación, quién me dijo que la orden de desalojar a Ruben no la dieron ellos sino que habria venido de SOFSE (Trenes Argentinos) y que ellos ya no tendrían poder de decisión sobre los espacios públicos de la estación.

Para que RUBEN pueda seguir tocando su fuelle en el Puente Peatonal de la Estación, puente que no es Privado sino Público, puente que Une el Barrio y por el cual pasamos todos los día miles de Vecinos y Usuarios, los invito a:

》Difundir este triste hecho
》Pedir el Libro de Quejas en las ventanillas de informes de la Estación y pedir que se revierta esta decisión y se asegure que Ruben pueda seguir tocando su Bandodeón
》Pedir explicaciones sobre lo ocurrido en las boleterias de la Estación. El encargado de las boleterias estaría siendo el responsable de controlar los espacios públicos de la estacion.

LES PRESENTÓ A RUBÉN, EL BANDONEONISTA DE LA ESTACIÓN DE TEMPERLEY ( Por Jonathan Habrat)

Desesperación por llegar, por salir, por pasar. Pasillos abarrotados de gente que sube y baja. Ahí sube uno a contramano y encima no cede el paso. Allá abajo otro, muy tranquilo, fumándose un faso. ¿Cómo hace este lugar de paso, por el que muchos cruzan a diario, para convertirse en un espacio de identificación del barrio? Sólo basta la melodía de un bandoneón constante, que suene entre bocinas y avisos por altoparlante. «Su atención por favor: el próximo tren con destino a Plaza Constitución hará su arribo por la plataforma número 2».

Sentado en una banqueta de plástico, Rubén mira de reojo a la gente que pasa por la estación de Temperley. Está concentrado en tocar su bandoneón. Apoya el fueye sobre una franela que reposa en su pierna izquierda, mientras marca el ritmo con la derecha. A su lado, yacen tirados unos acordes en un papel desgastado, remarcados con fibrón rojo. También hay una caja de cartón con algunos pesos adentro. Algunos cruzan por las escaleras, saludan al bandoneonista y le tiran unos mangos. Otros, lo premian y se descuelgan los auriculares al pasar, aunque sea por un rato.

Arranca con «Tarde» de Julio Sosa, a mitad de camino amaga un «Naranjo en flor» y culmina con «Cafetín de Buenos Aires», todo en una misma canción. Termina y se toma cinco segundos para comenzar otra vez. Y, de repente, Mozart suena en Temperley. «Para Elisa» empieza con algunos aplausos, que despiertan la sonrisa del bandoneonista. Cuando parece que el tema concluye, el músico le engancha los primeros acordes del popular vals peruano «Que nadie sepa mi sufrir». Las canciones llegan a su cabeza en cascada y Rubén las reproduce. Sus 69 años no le arrebataron la destreza.

Sesenta y nueve pirulos y muchas historias para contar. Que se crió escuchando a la orquesta de D’arienzo. Que todavía vive a dos cuadras de la cancha del “glorioso” Gasolero. Que aprendió a tocar a los 11 años. Que se enamoró de una trapecista alemana. Que con ella tuvo a su único hijo. Que tocó junto a Osvaldo Pugliese y Héctor Varela. Que toca con Los Reyes del Tango, cuando lo precisan. Que a veces va a los bailes en Puerto Madero, Las Cañitas, San Telmo, San Isidro. “Esta noche vamos a Bragado. Y mañana a Escobar. Uno no para. Uno empezó con esto y siguió y siguió y siguió. Acá arranco a tocar a las seis de la tarde y estas dos horitas, de lunes a sábado, las hago siempre”.

El viento sopla cada vez más fuerte y un chaparrón se avecina. El show continúa. Algunos pasodoble sirven de transición para un aventurado chamamé, que despierta toda la algarabía contenida de quienes los escuchan. Suena nomás “Kilómetro 11” ¿Y por qué no animársele a un folklore? “A Don Ata” y “Chacarera del Rancho” se incorporan a la lista de temas y desatan un festival entre los charcos de la estación. Pero al tango siempre se vuelve. “La última curda” suena por un rato, para dar paso a “Malena”. Y de una Malena salta a la otra Malena, al tocar “Garganta con arena”. Los minutos pasan. El público se renueva. El músico contagia.

En medio un espectáculo de ritmos disímiles pero armoniosos, Rubén hace un parate y se detiene a fumar. Un grupo de nenes sube las escaleras a las corridas. Corren y gritan, hasta que se percatan de la presencia de un bandoneonista y se miran entre sí. Están solos. Empapados por la lluvia, algunos llevan su remera a cuestas. Uno de ellos, que sostiene sus zapatillas en la mano, lanza una mirada socarrona y levanta el mentón. “Eh loco, tocate unas cumbias”. Rubén los mira. Apaga su cigarrillo y enciende el ritual. “Eeeesssa”, exclaman los pibes a coro, al escuchar los primeros acordes de “No me arrepiento de este amor”. Bailan y agitan los brazos, en una especie de trance. Aplauden al músico y se retiran entre risas imperantes. Rubén abandona su instrumento por unos instantes y vuelve a pitar el cigarro. La noche cae al sur del conurbano y la música hace eco entre las penumbras. La estación se vacía de a poco. El músico improvisa en los arrabales de Temperley. Se aferra a las teclas mientras despliega el fueye con virtuosismo. Incorpora el bandoneón a sus brazos, como si fuera parte de su cuerpo. Como si a través de él corriera su propia sangre. Por momentos, Rubén y su instrumento son uno sólo. Un hombre. Una pasión. Una melodía. Un bandoneón que late.

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