LA CIUDAD NODO, LA CIUDAD NADA

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Buenos Aires Sos (BAS).-Mayo 2007.- (Por Nicolás Fratarelli).-Desde fines de los años 80 el mundo comienza a cambiar radicalmente. La ciudad ya deja de tener una muralla física, la ciudad concreta, la ciudad como espacio físico deja de interesar a los grupos de poder que la manejan -grupos de poder que exceden largamente a la dirigencia política-. «La globalización ha dado lugar a la creación de una nueva dependencia y a la gestación de nuevos centros de poder los cuales, si bien están dispersos entre los Estados Unidos, Europa y Japón, (…) están controlados por las grandes corporaciones multinacionales que generalmente responden a los capitales provenientes del primero de esos orígenes.»(Roberto Bergalli.1993) . La decisiones políticas de las elites que manejaron el país en los años 90 hicieron que Buenos Aires se inserte a la red de la globalización sin cuestionar nada de ella, de manera acrítica sólo observando intereses individuales.Buenos Aires, se integra a la red global de ciudades sin un proyecto estratégico estudiado, se suma a los dictados de los globalizadores casi por inercia, o por deber. Lejos de Nueva York , Londres y Japón (Saskia Sassen.1999) Buenos Aires queda enmarañada en una red que no le permite decidir. La dinámica misma de la globalización hace que la red sea mas importante que cualquier ciudad concreta. Buenos Aires queda establecida como una ciudad de tercer orden en el sistema global de redes de ciudades, la que recibe los dictados de los beneficios y de los perjuicios. También se aleja de la ciudad la idea de pertenencia a un estado-nación agudizando la fragmentación del país obedeciendo las órdenes de las nuevas estrategias políticas de métodos posmodernos. Para el proyecto dominante, Buenos Aires ingresa dentro de la red global siendo un nodo (viable) para la realización de nuevos negocios dentro de un contexto que excluye otras regiones del territorio nacional y continental. Si previo a este nuevo proceso veíamos que la ciudad estaba más allá del bien y del mal, para usar los parámetros de Carl Schorke (1963), en los años 90 vemos como esta categoría se extrema, convirtiéndose casi en indiferencia, dado que la ciudad concreta queda abandonada por los sectores dominantes, quienes instalan nuevas murallas al espacio físico. Lejos quedaron los límites de Avenida de Mayo de la que hablaba Borges como representante de la Buenos Aires Ilustrada, o la General Paz, de la clase media urbanizada, la ciudad comienza a moverse con límites virtuales. Se convierte en un nodo de una red que actúa como un punto fluctuante del mercado mundial. La elite vernácula abandona su ciudad física y la resigna refugiándose en las «mieles» de la globalización, generando un nuevo imaginario alejado de cualquier proyecto colectivo. La ciudad material pasa a ser indiferente para los intereses de las clases dominantes y queda sumida a la cola de los globalizadores. Los hijos y nietos de las pasadas generaciones que pelearon por imponer una idea de ciudad, utilizan a ésta como sitio territorial en tanto le resulte funcional para obtener la plusvalía de los negocios que producen las multinacionales y que ellos gerencian. Cuando no logran estos objetivos económicos preestablecidos, se van a vivir a otros ciudades de la red que les provea los ideales de ciudad burguesa que Buenos Aires no les otorga. Si bien a los ejecutivos de las finanzas internacionales, empleados del sistema capitalista global, al igual que nuestra elite, les importa poco el sitio donde transcurren sus vidas (pues sólo les interesa la ciudad en función al rédito económico que les permitan obtener), sí les cautiva las ciudades del «primer mundo», pues éstas, no solo contienen prestigio en la red de ciudades globalizadas, sino que conservan el aura de ciudades físicas dignas para ser vividas. «Los principales centros metropolitanos aún ofrecen las mayores oportunidades para el realce personal, la posición social y la autosatisfacción individual de los profesionales de los niveles superiores que tanto lo necesitan, desde los buenos colegios para sus hijos hasta la pertenencia simbólica a la cumbre del consumo conspicuo, incluido el arte y el entretenimiento» (Manuel Castells.1997) No pasa lo mismo en Buenos Aires. La ciudad, cabeza visible del otrora país granero del mundo (así como todas las ciudades importantes de los países emergentes con poca influencia en el la red global) perdió todo su prestigio para este sector social. La nueva elite porteña está muy lejos de la ciudad aunque viva en su territorio. El imaginario de esta elite no es hacer una Ciudad mejor o mas «prestigiosa» para ser vivida. Para esta elite la vida se vive en otros lados. Los hijos de los ministros de economía del establishment estudian y viven en EEUU, los hijos de los dos últimos presidentes de la Nación viven y trabajan en Miami al igual que muchos hijos de cientos de banqueros y brokers. O sea las elites vernáculas toman (¿prestado?, ¿o como propio?) el prestigio de las ciudades de los países desarrollados para realizarse, dado que la ciudad real que ellos pisan diariamente, la que transitan, por donde circulan las ondas de sus teléfonos celulares, la han dejado de lado y solo la usan para armar sus negocios económicos personales. La elite más urbana (con más raigambre en la vida nacional) se instala en los sectores de la ciudad que aún conservan cierto prestigio «de virtud». Lugares que armaron sus abuelos y que se ubica en la franja norte de la ciudad; mientras los más pragmáticos se refugian en sectores de los suburbios de la ciudad con límites bien definidos, donde construyen verdaderos bunkers de guerra, con vigilancia privada que les pide documentos desde a los basureros que les mantiene la higiene del lugar, hasta a los improbables amigos externos de sus niños cuando festejan el cumpleaños en su casa-refugio, separándose así del resto de la sociedad con una actitud antiurbana, egoísta, y conservadora del sistema imperante, fragmentando el espacio físico de la ciudad concreta, y contribuyendo a deteriorar las redes sociales. Se repite, sin discusión, los procesos que se dan en otras ciudades del mundo. Señala Alan Touraine: «Tomemos un ejemplo (la) Ciudad de Méjico, por tomar una ciudad donde se habla español. La Ciudad de Méjico no existe como ciudad. Existe porque una categorización bien clara, interesa. Se ha formado una categoría de gente que vive a nivel mundial a través del ordenador, del fax, del teléfono, de los circuitos financieros, que viven en comunidades generalmente aisladas, fuera de la ciudad. Viven en grupos en habitaciones vigilados por policía privada, a veces con rejas y muchas veces con escuelas privadas donde se da la enseñanza en inglés o, al menos, bilingüe. Esta gente (…) tiene bastante contacto con Florida, al menos porque los nietos quieren ir a Disneylandia.» (1998) La elite satisfecha, gerente, habitante de Buenos Aires cumple paso a paso los dictados de la era global. Recelosa de la intervención de cualquier control estatal, es oyente sumisa en las conferencias internacionales y actúa como mero reflejo de las burguesías dominantes de la red global. Cuando Manuel Castells señala que: «La nueva elite gestora-tecnócrata-política crea espacios exclusivos, (…) segregados y apartados del conjunto de la ciudad como los barrios burgueses de la sociedad industrial » (1997) no está hablando de Buenos Aires pero, si lo está haciendo. Cuando dice «…estas constelaciones exurbanas están unidas no por locomotoras y metros, sino por autovías, rutas aéreas y antenas parabólicas de 9 metros de ancho en los tejados. Su monumento característico no es el héroe montado a caballo, sino la barrera de árboles siempre verdes que buscan el sol en los atrios centrales de las sedes de las grandes empresas, los centros de preparación física y las plazas comerciales.» no está hablando de Buenos Aires pero, si lo está haciendo. Cuando dice: «… (la) estructura característica (de la elite) es la célebre vivienda unifamiliar independiente, el hogar suburbano con su césped alrededor que hizo de los Estados Unidos la civilización mejor alojada que el mundo haya visto jamás» (1997) no está hablando de Buenos Aires, habla de una categoría global de ciudad que se va dando a lo largo de todas las ciudades funcionales a la red, pero también sigue hablando de Buenos Aires. Este sector social defensor del neoliberalismo económico y del conservadurismo político, a pesar de su poder de decisión local, cae en la paradoja de adoptar el axioma peronista de control social «de casa al trabajo y del trabajo a casa». No se siente parte de la ciudad física . No vive la ciudad física, solo circula. Va en automóvil de estacionamiento a estacionamiento y solo se «preocupa» de lo que pasa en el territorio, de la basura, de la niñez desprotegida, de la pobreza, etc. cuando se corta una calle, avenida o puente que no lo deja circular hasta su escritorio de gerente; o cuando los excluidos de la red social, de la ciudad, del sistema económico, etc. molestan su accionar cotidiano. El mal olor de los indigentes, su pésimo aspecto, la falta de dentadura de la pobreza, escandaliza a esta elite más que el icono del comandante Guevara que la publicidad resemantiza. Su imaginario urbano no acepta que otros sectores sociales ocupen los territorios reales que frecuenta. No importan los problemas de los otros, lo importante es no «sentirlos» cerca. El poder de su discurso, bajado de los medios de comunicación que dirigen y manejan, contamina con valores banales a toda la sociedad, y sirve para dominar y educar a la clase media urbana, aunque los intereses reales de esta última disten notablemente de los intereses que defiende la elite. Cada integrante de la elite local («top management») tiene como ideal, en un futuro próximo (muy próximo), ser un operador del sistema en una de las ciudades centrales y prestigiosas de la red, su mayor sueño es ser un «winner» del modelo.(Primera parte de la nota publicada en Revista Contratiempo)

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