La agonía de los cementerios públicos: Chacarita, Recoleta y San José de Flores

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(Por Sofía Moure y Dominique Galeano) Una recorrida por los tres cementerios públicos de la Ciudad de Buenos Aires demuestra su estado de abandono. Los cambios culturales, la crisis económica y la falta de políticas públicas los llevaron a la decadencia. Sus trabajadores -en su mayoría precarizados- temen perder su fuente de ingresos.

La entrada ya se divisa desde lejos, una parte de la historia que parecería haber quedado detenida en el tiempo. Pintura descascarada, revoques caídos, carteles oxidados. Así luce el más imponente de los tres cementerios municipales de la Ciudad de Buenos Aires: el Cementerio del Oeste, más conocido como Chacarita. Sus columnas y su extenso muro se asoman detrás de los puestos de flores. Los vendedores salen al paso de los posibles compradores, ofreciendo la mercadería casi con desesperación, indicio de una situación que también se observa a simple vista: son muy pocas las personas que visitan el cementerio, menos aún las que se compran aunque más no sea un ramo de flores. Los motivos de la caída de la afluencia son varios: económicos, culturales, políticos. El resultado es el mismo: calles vacías, poco trabajo y demasiado abandono. Un escenario que se repite en -casi- todos los cementerios.

El recorrido por las tres necrópolis municipales comienza en Recoleta, y el panorama no coincide con lo esperado. O tal vez sí: una multitud recorre los pasillos internos del predio, algunos con cámaras en sus manos, otros con termos y mates. Basta con observar para notar que los visitantes son turistas -locales y extranjeros- que pasean entre las bóvedas, buscando algún nombre conocido de la historia argentina. Lejos de parecer un sitio de responso, el Cementerio del Norte se aparece frente a muchos ojos como un lugar turístico. No es casualidad: desde el Gobierno de la Ciudad se lo presenta como un punto de interés histórico -con más de 90 bóvedas declaradas Monumento Histórico Nacional-; pero en ningún sitio aclaran que el lugar aún funciona activamente como cementerio.

El abandono no se ve a simple vista, todo parece estar bien cuidado. Hay que meterse en pequeños pasillos para encontrar las bóvedas más antiguas, aquellas olvidadas por sus familias y golpeadas por el tiempo. No es un descuido generalizado: las bóvedas casi destrozadas son por las que nadie paga ya siquiera el impuesto anual correspondiente. Según cuenta una empleada del cementerio, no hay legislación para desalojarlas. Esto cobra mayor sentido si se considera lo que sucede en los otros dos cementerios de la ciudad: tanto en Chacarita como en San José de Flores, los carteles se acumulan sobre las tapas de los nichos, y se puede leer claramente el mensaje destinado al “señor contribuyente”. “Mientras pagues el arrendamiento no te lo toca nadie, si no, vuelve el derecho a cabeza de ellos y te lo tiran al osario general”, explica crudamente Ricardo, cuidador de nichos en Chacarita. Allí, al igual que en Flores, el que no paga, afuera.

El dinero conlleva sus privilegios incluso en la muerte. Y en tiempos de crisis es todavía más visible. Basta con entrar a Flores para notar el silencio abrumador entre las galerías, y si bien la planta baja puede parecer en mejor estado, el primer piso delata las verdaderas condiciones del lugar: nichos rotos, pasillos sin luces, pedazos de mampostería que amenazan con caer. Alcanza con entrar a Chacarita para encontrarse con alguna bóveda derrumbada, para tropezarse con las baldosas rotas y las fajas de “peligro” ya olvidadas, o sentir los distintos olores que se mezclan en los subsuelos.

Descuidado de los cementerios públicos – Cementerio de la Chacarita, CABA – 11/05/2019 – Camila Godoy / ANCCOM

Cementerio de Recoleta, Recoleta, Ciudad autónoma de Buenos Aires. 8 de mayo de 2019. Fotos: Leonardo Rendo/ANCCOM

Luto del siglo XXI

En la esquina en que se cruzan la avenida Varela y la calle Balbastro se ubica el local de floristería de Patricia. Desde allí, la mujer tiene vista directa al cementerio de Flores y observa que cada vez hay menos entierros y personas que visitan. Patricia cuenta que en Tucumán, su provincia natal, el Día de los Muertos es muy importante. “Acá en Flores, antes, se cortaba la calle desde la avenida Eva Perón, pero la gente ya no quiere saber de cementerios”, comenta. A metros de distancia, dentro del camposanto, Roberto opina de forma similar: como cuidador de nichos con más de 30 años de experiencia, cuenta que el ambiente “cambió muchísimo, la juventud no le da importancia al cementerio. Para las últimas Pascuas no se trabajó nada”. Sólo la comunidad boliviana sigue recordando con la regularidad de siempre a sus muertos, aunque tuvieron que limitar sus conmemoraciones debido a las quejas de vecinos y empleados del cementerio.

En el cementerio de Chacarita, Gustavo y Ricardo, dos cuidadores del área de nichos, coinciden en que la afluencia masiva a los cementerios terminó hace 50 años. “Cuando yo era pibe el luto duraba mucho tiempo, todo eso desapareció”, explica Ricardo que, con 77 años, es trabajador histórico de Chacarita y ha visto pasar muchas generaciones por las calles del cementerio. “Hay gente mayor que venía desde los cinco años porque los traía la tía o la abuela. Esos son los que quedan, el resto no viene.” Al igual que todos las personas encargadas del cuidado de nichos y bóvedas en los cementerios de Capital Federal-, es monotributista y paga un permiso anual que lo habilita a trabajar en la necrópolis. Como encargado de mantenimiento es contratado de forma individual por cada contribuyente del sector al que está asignado. “Somos trabajadores independientes, nos jugamos a la suerte de que se cuiden muchos nichos: si no viene nadie, estamos mal económicamente. Esta semana sólo atendimos a dos personas”, expresa.

Tanato-economía

“Hay muchos que me hacen chistes: ‘¿Qué pasa? ¿La gente no se muere?’”, comenta Carlos, sobre la caída de ventas en los últimos tres años. Es propietario de una marmolería ubicada a unos metros del cementerio de Flores, y también es testigo -y víctima- de la caída de afluencia. El problema es que al motivo cultural, se le suma también la situación económica que atraviesa la sociedad. Y entonces, sobre llovido, mojado: locales vacíos, horas muertas y frustración. “No hay plata y ¿qué está primero? La comida, los remedios… esto no es de primera necesidad, y como además lleva una serie de gastos que hoy la gente no puede pagar, deciden gastar una sola vez en cremación”. Carlos cuenta que si bien las ventas ya habían empezado a disminuir desde hacía un tiempo, “estos últimos años, y con todos estos ajustes, se paró todo”.
En el caso de los cuidadores -todos monotributistas- la situación laboral también se ha complicado. Por un lado, porque cada vez es menor la cantidad de gente que visita los cementerios y, por ende, que solicita el trabajo de los cuidadores, un servicio que no es obligatorio para los contribuyentes. “El servicio de mantenimiento se cayó mucho en los últimos cuatro años. Hay mucho cambio por el tema de la economía, más que todo. Ese es el inconveniente. Muchos los pusieron acá y se olvidaron del muerto”, cuenta Alejandro, cuidador de nichos en el cementerio de Flores.

Pero por otro lado, el deterioro de las instalaciones de los cementerios municipales también incide en el trabajo: la gente deja de acudir a las necrópolis debido al estado del lugar, que deja ver nichos rotos, filtraciones y una humedad que todo lo reclama. El problema no es sólo la caída de afluencia, sino también las responsabilidades extraordinarias que deben asumir los cuidadores. Alejandro explica que la iluminación del cementerio le corresponde a la municipalidad, pero que debido a las quejas de los contribuyentes, es él quién debe hacerse cargo con su propio dinero. En un breve recorrido por los pasillos señala los peligros más recientes: en el segundo piso una estructura de mármol cayó sobre una mesa utilizada por los cuidadores. “Acá traen niños y niñas y esto se viene abajo, no hacen mantenimiento de nada. En la terraza estuvieron haciendo unas reconexiones y notaron que había cables pelados que tienen corriente”, agrega.

Cementerio de Recoleta, Recoleta, Ciudad autónoma de Buenos Aires. 8 de mayo de 2019. Fotos: Leonardo Rendo/ANCCOM

La lógica detrás del descuido
En el cementerio de Chacarita, sentados en una pequeña oficina en el subsuelo junto con el mate que no puede faltar, Gustavo y Ricardo tienen complicaciones similares. “La municipalidad sólo nos da el lugar para trabajar; de la iluminación y los artículos de limpieza nos tenemos que encargar nosotros”, explican. Los motivos se intuyen al revisar las políticas llevadas a cabo por el gobierno actual, en las que lo público tiene poca incidencia. “Ellos piensan hacer de este cementerio la segunda Recoleta. O sea que todos los nichos y todas las sepulturas, chau, las sacan”, lamenta Ricardo. De este modo, sólo quedarían las bóvedas, eliminando los espacios para la gente de menores recursos.

Hace un par de años la Dirección de Cementerios, dependiente del Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires, suspendió las actividades de los trabajadores de las galerías 1 a la 9, y al menos unas 32 familias fueron afectadas por la medida. Desde la Dirección argumentaron que las condiciones edilicias no eran óptimas para los trabajadores, sin embargo no arreglaron el espacio de los nichos, cuando sólo “tienen que arreglar el techo para que no entre agua y refaccionar las partes abandonadas en los subsuelos. Pero no van a poner un peso”, explica Gustavo. Según los cuidadores, el motivo es el negocio inmobiliario: el gobierno busca convertir el camposanto en algo más vistoso y agradable, y así elevar el valor de la propiedad en los alrededores. Ricardo argumenta que “quieren tirar todo el muro exterior, poner una reja y que se vea para adentro del cementerio.”

El Parque Elcano, inaugurado en 2017, también suscitó polémicas debido a que ocupó tres hectáreas que pertenecían al cementerio. Esto sostiene la hipótesis de la “segunda Recoleta”, y deja ver el desinterés de las autoridades. “El Estado no da fondos a ninguno de los tres cementerios de Capital. No tiene ningún interés. Hasta donde tenemos entendido quieren echar a todo el personal y privatizarlos”, señala Alejandro.

Cementerio de Recoleta, Recoleta, Ciudad autónoma de Buenos Aires. 8 de mayo de 2019. Fotos: Leonardo Rendo/ANCCOM

El recorrido por los cementerios municipales va de mal en peor: del bello sitio turístico -con apenas algunas bóvedas abandonadas- que es Recoleta; pasando por los pasillos oscuros y de mampostería caída en Flores; hasta las galerías subterráneas de Chacarita, cuyo olor dificulta la visita y cada paso es acompañado por el sonido hueco de las múltiples goteras, la humedad penetrante y las corrientes de aire frío. Resguardados en esa renuencia a la muerte de las nuevas generaciones, y en la incapacidad de gastar en alguien que, en definitiva, ya no lo necesita, desde el gobierno hacen poco y nada. Y mientras tanto, los principales afectados son los trabajadores: los comerciantes que ven sus negocios vacíos; los floristas que se abalanzan sobre los transeúntes ofreciendo sus ramos; los cuidadores cuyo trabajo pende de un hilo y que ponen dinero de su propio bolsillo para que los pocos que aún acuden al cementerio sigan yendo, y así mantener un mínimo ingreso. Los muertos no piden nada, pero tampoco hay que olvidar a los vivos.

(Fotos: Camila Godoy y Leonardo Rendo) (Fuente: Anccom)

 

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