Hebraica: polémica por posible venta

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Quieren vender la tradicional sede de la calle Sarmiento

Para algunos porteños de cierta edad, solo decir la dirección fue durante mucho tiempo un santo y seña. Sarmiento 2233 es un punto en el mapa porteño que marcó el centro neurálgico de la comunidad judía pero también una clave de la cultura más allá de la comunidad y, además, un monumento histórico. Se trata del conocido edificio central de la Sociedad Hebraica, el club en donde generaciones de chicos y adolescentes se formaron en el deporte, en las tradiciones y en la amistad y en donde tanta gente, más allá de los límites de la comunidad judía, se formó al calor del mejor cine con los ciclos de la Cinemateca del SHA y espectáculos de todo tipo. Los números no cierran y las actuales autoridades del club evalúan vender el edificio: la decisión final vendrá luego de una asamblea que tendrá lugar en la sede de Pilar el 29 de abril y en donde los socios tendrán la palabra final.

Hay una propuesta en firme y es la del SUTERH, el sindicato de encargados de edificios cuyo secretario general es el político, empresario y dirigente deportivo Víctor Santa María, pero el propósito es utilizar el edificio como sede de la UMET (Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo), creada y liderada por Santa María. La cifra es importante: son 11,5 millones de dólares. Pero hay socios que se oponen a la venta y hasta la consideran «un atropello».

Los argumentos para la venta tienen que ver con que, según las autoridades, el cambio en la composición de la masa de socios llevó a que el edificio de Sarmiento haya dejado de ser central. Hoy el barrio del Once no es más el centro de la actividad comunitaria y de los actuales 6.500 socios, más del 80% viven en el llamado corredor norte, por lo que son menos de 200 los socios que concurren a la sede central, cuyo edificio además habría quedado obsoleto en relación a nuevas exigencias para las instalaciones deportivas como la cancha de básquet –cuyas medidas no son las que actualmente se exigen– o la pileta en altura, que cuenta con habilitación precaria. Según la gestión a cargo, además, el 97% de los actuales socios nunca visitaron la sede.

El proceso de «desprendimiento» arrancó en 2015, cuando luego de una asamblea que también se realizó en el predio de Pilar, las autoridades de la actual gestión (que culmina en 2018) vendieron al mismo Víctor Santa María una parte de la torre, una extensión del edificio de Sarmiento con espacios ociosos para una entidad que redujo a la mitad su número de socios. Esa venta se hizo por 3,5 millones de dólares y con parte de ese dinero se compró un petit hotel en la calle Ciudad de la Paz al 1000, Belgrano, donde planean construir la nueva sede. Se trata de un barrio que según las autoridades es más acorde al público que actualmente compone la masa societaria del club.

Para quienes están en contra de la venta del edificio de Sarmiento, el vaciamiento de socios en realidad obedece a un previo vaciamiento de contenidos y el progresivo traslado de actividades –incluidas las asambleas– a la sede de Pilar. «Hebraica no es un conjunto de ladrillos, hay un contenido emocional, histórico y cultural que trasciende al edificio», le dijo a Infobae Rogelio Szmukler, uno de esos socios que siguen asistiendo a diario a la sede central y que creen que los socios dejaron de concurrir porque se dejó de ofrecer un plan de actividades atractivo. Szmukler, junto con otros socios, se resisten a la venta y reclaman que la asamblea donde va a definirse el futuro del edificio de Sarmiento se haga allí mismo, en la todavía sede central.

Más allá de los déficits del edificio, que seguramente los tiene, se trata de un lugar que significó mucho en materia cultural ya que por la sede y por la sala de casi mil butacas pasaron figuras como Ben Gurión y Shimon Peres, actuaron las compañías teatrales de Sergio Renán y David Stivel y dictaron conferencias Borges, Sabato y hasta Pedro Almodóvar. Hay una gran biblioteca con incunables –que naturalmente podrán ser trasladados– pero hay siete murales que fueron declarados en 2015 Patrimonio Cultural de la Ciudad y que quedarán allí, más allá de quién sea el dueño del edificio. Se trata de «Las Artes», de Antonio Berni; «La ofrenda de la nueva tierra» de Castagnino; «La Cultura dignifica a los hombres y hermana a los pueblos», de Demetrio Urruchua; «La Familia Hebrea», de Antonio Sibellino», «El Pueblo Hebreo y Éxodo», de Juan Batlle Planas; «Vitraux», de Luis Seoane López, y «La Hermandad de los Pueblos», de Leo Vinci.

Szmukler y el resto de los socios que se oponen a la venta sostienen que significaría la pérdida de una de las instituciones emblemáticas de la comunidad judía en Argentina, la más antigua y la que más insertada estuvo en la sociedad porteña. Y creen que el cambio en la composición de los socios fue, de alguna manera, inducido, restándole atractivo a la sede central y privilegiando el country de Pilar. «Hebraica no es negociable. El valor de este edificio no se puede medir con plata. Ya atravesamos otras situaciones posiblemente mucho más graves y comprometidas que ésta, y siempre las personas que presidieron la institución encontraron y tuvieron la creatividad y la inteligencia para superarla. No creemos que esto sea diferente de otras veces. Habrá que aguzar el ingenio y el instinto», señalan en un documento que hicieron circular.

«Como ya sabés, está ese dicho que dice que donde hay dos judíos, hay tres opiniones», dice a Infobae Diego Dinitz, presidente de Hebraica, una entidad que tiene 90 años de vida –se fundó en 1926– y cuyo socio honorario n° 1 fue Albert Einstein. La broma de Dinitz indica que siempre, ante definiciones serias de este tipo, alguien se va a oponer, y detalla los motivos que llevaron a pensar en la necesidad de vender el edificio. «Mi responsabilidad es garantizar la continuidad de Hebraica y vamos a mudarnos, triplicando actividades», sigue Dinitz, quien confía en que la asamblea del 29 de abril apruebe la venta del edificio de la calle Sarmiento por mayoría. Dinitz tiene 63 años y la decisión y el futuro de la sede no le son indiferentes.

«Empecé a ir a Sarmiento a los 13 años, mis padres me llevaban todos los sábados desde Floresta con un par de sándwiches, una coca y algo de plata para golosinas. Todos tenemos una cierta melancolía, nadie puede estar contento. No estamos vendiendo este edificio para que alguien monte un parque de diversiones sino una universidad que es una actividad cultural y educativa. El consejo directivo no va a decidir qué hacer con el dinero de la venta sino que vamos a nombrar a una comisión que integrarán ex presidentes, empresarios, contadores, gente formada, para que decidan qué haremos. Una vez que termine mi mandato quiero entregar ese dinero y los intereses; no está en mi interés tocar esa plata. Ese es mi compromiso», asegura.

Algunos hablan de progreso y actualización, otros se aferran al patrimonio. La fecha clave para el futuro del edificio es el 29 de abril. La palabra final la tienen los socios.

(Por Hinde Pomeraniec)

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