FÚTBOL PARA TODOS

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Buenos Aires SOS.- 10 de octubre de 2011.- (Por Mario Bellocchio).-  El 18 de noviembre de 1951 –se van a cumplir sesenta años–, viejo Gasómetro de Avenida La Plata. Más de cuarenta mil personas flexionan los tablones con la gimnasia del aliento futbolero. La mayoría de ellos no tiene otra preocupación que su pasión por el “Ciclón” o los “Millonarios”, porque se enfrentan San Lorenzo y River a dos fechas del final del torneo. Un cuervaje que aun conserva destellos  de los fulgores del 46 –Blazina, Basso, Zubieta, Farro y Silva– con nuevas pinceladas de fútbol y goles en los pies de “buenavida” Benavídez y los morenitos Maravilla y Picot. River cuenta con Amadeo –a la postre figura del encuentro– y figurones que son el Cuco del Racing puntero y finalmente campeón: Vernazza, Pizzuti, Walter Gómez, Labruna y Loustau. River va por la punta. San Lorenzo sólo por el prestigio puesto en juego en el clásico. El interrogante por ese ómnibus sin ventanillas que lleva la leyenda “Canal 7 TV” se reduce al tumulto curioso a su alrededor, antes del ingreso. Dentro del estadio todo es cántico de tribunas, rivalidad y ambición por el arco de enfrente.

El negrito Maravilla pone una gamba, la ball supera las tenazas de Carrizo, y Ferrari –half izquierdo “millo”– rechaza sobre la línea. ¡Mi Dios, Macaya qué ocasión te perdiste para el Telebím! Porque no hay repetición. En esa televisión recién  nacida –tiene un mes de vida– el video tape no se conoce y sólo se comienza a registrar imágenes, filmando cinematográficamente un monitor con una cámara de 16 milímetros. Así que, a confiar en la decisión del árbitro Mr. Cross. “Nou” dice al principio. El cuervaje se le va al humo y el mister, seguramente temiendo que le impacten su apellido en la mandíbula, concede el gol cambiando el color del asedio de azulgrana a albirrojo. Pero ya es inútil, San Lorenzo gana uno a cero y algunos pocos privilegiados lo ven en su Capehart en “vivo y en directo”. Ernesto Beltri –remoto antecedente de Araujo– aun se siente extraño relatando el encuentro, la imagen pondría en evidencia cualquier equivocación, no está tan a salvo como en su habitual trabajo radiofónico.
Si su piloto no es Aguamar, no es impermeable, se lo puedo asegurar… Entretiempo. La pasión se va al vestuario personal y da lugar a la observación del entorno. Recién entonces la mayoría vocinglera –en la pausa– repara en las tres cajas con lentes, paradas sobre trípodes, cuyo único referente conocido –por aspecto– son las cámaras de los fotógrafos de plaza.
Lo están televisando –comenta un hincha a otro–. Y le cuesta modular el término, sorprendido por el comienzo deportivo de un medio que –para bien y muchas veces para mal– a partir de ese momento pasaría a formar parte insoslayable de nuestra vida diaria.
Para la estadística queda un penal de Basso a Labruna que Vernazza se encarga de convertir en empate. Pitazo final, curiosidad de los que pasan cerca del desarme de las cámaras Dumont y la paradoja de conocer esos “sofisticados” equipos antes que al propio televisor, un elemento aun vinculado a hogares pudientes, vidrieras de comercio céntrico o comedias de Hollywood.
Se acabó el fútbol. El regreso con la “depre” del atardecer dominguero. Los de River por Mármol, los Santos por avenida La Plata, van camino a sumergirse en casas sin televisor.

Aquí en Boedo es domingo 18 de noviembre de 1951.•

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