COMO UN BUEN TEOREMA

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Buenos Aires Sos.- Marzo 2009.- (Por Ana Larravide).- Seix Barral acaba de publicar su libro de ensayos, Borges y la matemática.
Martínez está casado con Marisol con quien son padres de Julia. Su hija mayor, Milagros, tiene diecinueve años. Esta conversación transcurrió durante una hora, en Índigo, un bar en la esquina de Federico Lacroze y Tres de febrero, mientras anochecía en Buenos Aires.

 

«Borges y la matemática» reúne tus ensayos y artículos. Entre ellos, «Un Dios pequeño, pequeño» señala el poco quehacer que le han dejado a Dios la teoría del Big Bang y, luego, la física cuántica.

-Es muy complicado para los físicos, ese problema.

-¿Y para los escritores?

-Para los escritores es muy fascinante. Todo indica que hubo un momento cero de la expansión del universo. Lo que no se sabe es si el universo, en ese instante, tenía alguna dimensión o era un punto. Las posibilidades científicas de explorar el origen del tiempo son dos situaciones muy distintas: ¿sería una esferita infinitesimal o una singularidad, un punto de dimensión nula y de densidad infinita?

-¿Una singularidad?

-Las singularidades son los lugares donde no pueden aplicarse las fórmulas. Ésa es la opción preferida, en general, por las mentalidades religiosas. Pero, bueno: son teorías. Con el tiempo se irán refinando y aparecerá la más plausible. Por ahora son difíciles de confirmar las dos. Hay un libro lindísimo, que te recomiendo mucho; se llama «Proceso al azar», de Peter Landsberg. Sobre un congreso de matemáticos, físicos y biólogos que -sin fórmulas ni aparatos técnicos- debatieron hasta qué punto hay azar o hasta qué punto hay determinismo y cómo juegan esos dos términos en el universo.

-¿Un congreso real o de ficción?

-Fue un congreso muy importante, hace unos veinte años. Hubo quienes pensaron que todo es determinismo; otros, que todo es esencialmente azaroso y hubo también posturas intermedias. Todas las variantes fueron comprendidas y representadas con argumentos. Hermoso libro.

-¿Habla de física cuántica?

-No me mires aterrorizada. Propone ideas que no requieren saber nada previamente y son muy atractivas, incluso visualmente. Estoy escribiendo una novela con el personaje de un niño que mira un libro (un libro que leí en mi infancia), «El universo en cuarenta saltos»: Muestra una chica en una ventana; en su brazo, una mosca. La segunda foto es la mosca. La tercera, el ojo de la mosca; la cuarta, las moléculas de ese ojo, la quinta son los átomos… Uno da vuelta el libro y encuentra otra vez a la chica de la ventana. Luego una toma de las casas de una aldea, desde arriba; después, una ciudad que las incluye, después el planeta… El chico de mi historia puede mover la sucesión de imágenes con el índice: alejarse o adentrarse infinitamente.

– Cuántos mundos. Infinitos, imprevisibles.

Pero el sol sigue saliendo por el Este.Nuestro mundo tiene fenómenos caóticos, catástrofes naturales y partículas subatómicas; pero tiene también sus elementos regulares, sus recurrencias, sus claves ocultas. El juego de la razón es ahondar y penetrar en ese mundo hasta donde sea posible.

– ¿Creés en las certezas?

– Me interesa buscarlas.

– ¿No era que aceptar la incertidumbre ayuda a vivir? Has escrito que «el gran regalo de Prometeo a los hombres fue regalarles no conocer su fin, ignorar el día de su muerte.»

-Ah sí, por supuesto.  Ésa es una incertidumbre protectora. Esa reflexión, para mi, es lo más lindo que tiene «La mujer del maestro». Tal como lo cuento allí, el poema sobre ese primer regalo de Prometeo, anterior al fuego, fue un hallazgo.

-El libro que esconde Jordán se llama «El primer don.»

-Pero no me interesa la incertidumbre como valor en sí. Ciertamente hay una resonancia romántica en no poder acceder a los misterios últimos, en lo indeterminado, en lo que no puede conocerse, pero yo no siento ese enamoramiento absoluto de lo incierto, tan propio de la modernidad. Me interesa más, por el contrario, el desafío para el pensamiento que implica esclarecer lo que no se sabe. La frase «Sólo sé que no se nada» resulta muy simpática en un primer momento. Pero, a continuación, uno se da cuenta de que sí sabe algunas cosas. Otras no. Y otras… resulta muy interesante tratar de saberlas.
 

INESPERADO, INEVITABLE

– Le das importancia al azar. Al mismo tiempo parece que tuvieras muy presente la planificación (casi de serie matemática). Cecilia, la mujer del maestro, admira en Jordán su capacidad de planificar su obra. ¿Qué predomina en vos?

-Las dos cosas ocurren. Cuando escribo, una parte corresponde a un mundo ideal donde uno entrevé la voz de un personaje, el desenlace, la organización fundamental de una trama, los rasgos principales de una narración, la idea eje. Eso sucede imprevisiblemente en el momento de la iluminación, la inspiración, el germen, como quieras llamarlo. Y luego sigue un intento de codificación por escrito, que es una codificación sucesiva, ¿no es cierto? Todo aquello tiene que ordenarse, simultáneamente, de algún modo. Para sortear las dificultades, se emprenden rodeos que hacen más interesante, más astuto, más sutil, el desarrollo.  Es lo mismo que ocurre cuando se quiere demostrar un teorema: una idea inicial te pareció clarísima; pero al desarrollarla uno encuentra que las cosas no salen por ese primer camino. Entonces hay que tratarlas por separado, desglosar, dar rodeos, encontrar argumentos más sutiles. Exactamente lo mismo pasa en la narrativa.

 -Esos problemas, rodeos, sutilezas, son la novela.

– Sin ellos, podríamos decir nomás que «La mujer del maestro» refiere cómo un joven escritor se las arregla para acostarse con esa mujer. ¿No?

-Eso sería como decir  que Migré, Shakespeare, Bergman, Woody Allen y Corín Tellado cuentan el desencuentro de dos enamorados.

-Justamente. Pero cada uno de ellos da sus rodeos en torno a una situación inicial. -Hay una gran riqueza que viene del trabajo: lo escrito va restando grados de libertad y a la vez va abriendo otras posibilidades. Eso hace que el trabajo valga la pena. Hay un premio, en la dificultad. De pronto -ante un escollo, un obstáculo inesperado- aparece una solución creativa. ¿Ves?, ahí están las dos cosas: la planificación y (no sé si llamarlo azar) lo inesperado.

-No es suficiente contar que el joven escritor se enamoró de una mujer imposible. Y no da lo mismo contarlo de cualquier manera.

-Por supuesto. Tengo siempre claro cuál es el final, a dónde voy. El problema es cómo ir avanzando, para que se sienta cierta complejidad en la trama. Eso me importa mucho. Me importa el tema del suspenso, la herencia del cuento, la idea de que el texto, hacia el final, resignifique el principio. Que el final sea un plus, una culminación inesperada.

-Y también inevitable.

-Sí, esa combinación -inesperado, inevitable- es un atributo de los buenos teoremas.  Es como el acto de ilusionismo… que te dicen «con esto, esto y esto voy a construir  una paloma.» Te muestran dos o tres plumas. El espectador dice: «No, no puede ser», pero frente a él se va produciendo una secuencia -una cierta magia- y llega la paloma.

Un ejemplo magistral es un cuento de Stefan Zweig, «Una partida de ajedrez».

-Crear una situación posible en lo imposible ¿es la felicidad del escritor?

-Ahí está. Para mí ése es el sentido de ser escritor: el plus de imaginación, que debe tener el escritor. Apuesto a ese tipo de literatura: una literatura que no sea una descripción de un fragmento de nuestra realidad económico-político-social. No ¡Algo más! Algo que no esté en el mundo, algo que sobresalga. ¡Imaginación!

-«Imaginación, cabalga: la realidad te pisa los talones», pedía Dino Buzzatti.

-¡Claro, para realidad ya tenemos el diario! Pido que la literatura me lleve más allá de eso. Lo primero que miro en un libro es eso: imaginación, originalidad. La gracia del escritor, el encantamiento de su «acto de ilusionismo» es hacer aparecer ante los ojos de todos algo que estaba pero nadie veía.

SER FELIZ COMO VALOR VITAL

-Al leer «Crímenes imperceptibles» casi se la ve filmada. ¿Incluías ese proyecto al escribirla?

-No, para nada. Sólo vigilaba esa tensión que se da entre el desarrollo psicológico de los personajes y el mecanismo de la trama. Me preocupaba si iría a restringirme al género policial si derivaría a una novela de pensamiento… Una maquinaria intelectual, que ya aparecía en «Acerca de Roderer».

-Al profesor Seldom, nombrado sobre el final, lo conoceremos mejor entre los protagonistas de «Crímenes imperceptibles».

– En «Crímenes…» desarrollo esa postura filosófica con mayor libertad, en un mundo más lúdico.

-Los juegos le gustan a tus personajes. Y a algunos se les nota unas inmensas  ganas de ser felices.

-Sí. mi amigo Pablo De Santis observó en «Acerca de Roderer» una cierta tristeza. Una tristeza de época. Una época de frustraciones (que incluyó Malvinas), de decadencia familiar, la muerte de los padres, incluso la muerte del protagonista. Trata muchos temas angustiosos, me dijo. Creo que es así. Pero en «Crímenes imperceptibles» hay un registro de alegría, de iniciación en otro sentido, de descubrir un nuevo mundo.

-En «Infierno grande» describís a una alumna de matemáticas que asistía a clase como a una tortura. El profesor lo nota; ella explica, furiosa: No me gusta. ¿Querrías hacer teatro -le pregunta él- y le enumera otras actividades… No. No. No. Nada me gusta.

-Ése es el cuento que Piglia me ha dicho que prefiere, de los míos. Me dijo que en general domina en ellos la mirada intelectual. Y que éste es el único en que, lo que está afuera, pone en jaque a esa mirada racional. Eso le ha gustado.

-Contrasta, la insistencia del profesor –Algo habrá que te guste en la vida-, con la tozudez de la chica –No, no, no– al punto que sus trayectos se separan. A esa muchacha nada la hacía feliz. En cambio, en «Crímenes imperceptibles» Beth quiere ser feliz, como imagina que lo es el becario.

-Sí, sí. Quiere ser feliz como un valor vital. Es muy cierto. El personaje de Beth tiene que ver, por oposición, con ese cuento de «Infierno grande».

-Frente a ese muchacho tan libre -que estudia lo que quiere, viaja, juega-, Beth se ve sin horizontes. Envidia su capacidad de ser feliz.

-Ése es un tema. De todas maneras, en las novelas hay elementos que quedan determinados por los requisitos de la trama. A veces uno no es totalmente libre en la elección de esos elementos: Sobre todo cuando es una novela policial.  La falta de libertad en Beth es algo que me lo sugirió la trama policial: tuve que encontrar un motivo para que ella actuara dentro de la novela. Eso me hizo poner énfasis en su aburrimiento, en lo opresivo del instrumento que ama.

-«No hago más que seguir la partitura» dice, casi como una maldición.

-Claro. Es otro tema recurrente en mi escritura. En «Acerca de Roderer», el padre del protagonista, que durante toda la vida se dedicó a pescar Abandona la pesca.

-Y en un relato de «Infierno grande», el piscicultor mata todos sus peces. Son reformulaciones de la idea que aquello que más te gusta en la vida llega un momento en que te harta o se convierte en detestable. Eso reaparece en Beth: a veces una persona tiene una habilidad y esa habilidad -que a la vez le da trabajo- se convierte en una condena: la tiene que arrastrar toda la vida.

-¿Por qué «toda la vida»? Puede cambiar. Ser más feliz.

-¿Y si no puede? En el mundo en que vivimos se valora que uno tenga una cierta especialización. De manera que, si uno tiene un trabajo, se perfecciona en ese trabajo, queda atrapado en él… Es muy difícil ensayar distintas vidas.

-La literatura permite ensayar distintas vidas.

-Si.

-¿La vida no permite tanto?

-La literatura permite mucho más.
 

UNA LÓGICA DIFERENTE

– ¿Las teorías matemáticas en tu novela son parte de tu juego?

Esas teorías no existen. Son plausibles. Todo eso que refiero, de los tests de inteligencia, acerca de que cierto número de gente acierta todas las respuestas pero en algún caso propone una respuesta diferente a la normal… Respuesta que, sin embargo, no está errada; transitó una lógica diferente. Esos tests son ficciones. Como el hombre que, inconsciente, continuaba escribiendo símbolos.

-Emociona ese personaje que, descerebrado, rescata los signos esenciales de su vida.  ¿Dónde se aloja o perdura lo esencial de una persona? En él, en esos signos que dibuja.

-Sí, sí. Me gusta mucho esa historia. Hay un par de pequeños cuentos dentro de «Crímenes…» Por ése siento predilección. Nada de eso lo tenía pensado. A medida de que uno avanza en la escritura se mete en cierto mundo. Acuden a uno sus símbolos, sus ideas…

-Y sus preguntas: «¿Qué soy cuando aparentemente no tengo cerebro? ¿Algo sigue sintiendo, algo queda de mi?»

-Quise hacer alusiones a esos temas. Sobredimensionar esos aspectos hubiera sido caer en algo pedante, pesado. O peor: en explicaciones insuficientes. Pero así, mencionados en medio de un romance de personajes jóvenes, esos temas contribuían a un buen balance, me pareció.

-Con la misma aparente simplicidad aparecen también hechos terribles, en tu obra. Como en el cuento que da el título a «Infierno grande».

-Siempre me sentí orgulloso de ese cuento. Apareció en el 80.

-Escribiste sobre quienes tapaban crímenes.

-De una manera indirecta. La literatura tiene esa eficacia.

-En «Infierno grande» hay otro cuento, el del profesor que sale en busca de una peluquería. En el mismo pueblo, años después.

-Si. Pasa a veces que, ya escrito un cuento, a uno se le ocurre una variante posible con alguno de sus personajes.

-Hace años leí «Winesburg, Ohio», de Sherwood Anderson…

-No lo conozco.

-Son cuentos, también, de pueblo chico. Sherwood Anderson los escribió por 1920. Los protagonistas de cada cuento son personajes secundarios en otros. Se pueden leer como capítulos de una novela. Tuve un amigo que me prestó ese libro y me hizo sobre el autor un cuento encantador.

-¿Un cuento sobre el cuentista?

-Si, había llegado a su pueblo un borracho, de esos que trabajan lo mínimo, para poder tomar whisky el resto del mes. Coincidían en el mismo bar a la misma hora, después de que Anderson -que dirigía un diario- concluía su trabajo. Muchos días tomaron whisky juntos y Sherwood Anderson le hablaba de literatura. Así, semanas, Pero el vago no volvió al bar. Y el escritor, que lo extrañaba, fue a la pensión a buscarlo. «Suba usted», le indicaron. Golpeó y salió, desmelenado, el vago: «¡Estoy escribiendo un libro!» le dijo. «¡Oh, Dios!» dijo Anderson. Pero después le ofreció editar lo que escribiera, dejando en claro que él no le corregiría las pruebas. El libro se publicó, con un error en tapa: el nombre del autor con una u de más; una u que el nuevo escritor conservó para siempre en su nombre: William Faulkner.

-¡Qué cuento! Con Svevo y Joyce pasó algo parecido: Svevo contrató a James Joyce como profesor de inglés. Le contó que había escrito un par de novelas en su juventud, un día le mostró a Joyce «La conciencia de Zeno». Joyce quedó encantado. Y mirá vos, estas cosas… en Oxford conocí a un serbio… casi no nos tratamos, el primer año. Al aparecer «Acerca de Roderer» se enteró y me dijo que él, de adolescente, había escrito cuentos y pensado en ser escritor. Después, se había dedicado a las matemáticas. Volvió a escribir cuentos. Después supe que ganó el primer premio de literatura en Serbia… ¡Pero qué lindo eso sobre Faulkner! ¿Lo has escrito?

-No, no. A lo mejor no es verdad.

 

Acerca de Martínez

     Guillermo Martínez nació en Bahía Blanca el 29 de julio de 1962. Se licenció en Matemática en la Universidad del Sur en 1984 y después se radicó en Buenos Aires, donde se doctoró en la especialidad de Lógica.
En 1988 su libro de cuentos, Infierno Grande, obtuvo el primer premio del Fondo de las Artes y fue publicado en 1989 por Editorial Legasa. En 1993 apareció su primera novela, Acerca de Roderer, publicada por Planeta. Fue editada en España y también apareció en los Estados Unidos, Noruega y Serbia. Por entonces residió dos años en Oxford, realizando estudios de postdoctorado en matemática.
En 1998 publicó su segunda novela, La mujer del maestro.
Siguió Crímenes imperceptibles, que está siendo llevada al cine por Axel de la Iglesia. Se han conocido personalmente el 24 de mayo, en Murcia, al recibir allí Martínez el Premio Mandarache de jóvenes lectores.
Seix Barral acaba de publicar su libro de ensayos, Borges y la matemática.
Martínez está casado con Marisol con quien son padres de Julia. Su hija mayor, Milagros, tiene diecinueve años. Esta conversación transcurrió durante una hora, en Índigo, un bar en la esquina de Federico Lacroze y Tres de febrero, mientras anochecía en Buenos Aires. (Fuente Página 12)

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