CALLE CORRIENTES

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Buenos Aires Sos (BAS).- Abril 2007.- (Por Pepe Escudero y José Pedro Aresi). Radiografia de lo que los porteños llamamos calle Corrientes, y es en verdad «avenida», sólo para el registro catastral. Bares que no están y noche que se va a dormir cada día más temprano. Hace ya mucho tiempo Roberto Arlt dijo: «El espíritu de la calle Corrientes no morirá con el ensanche…» y muchos años después el periodista Roberto Gil te bautizó «La calle que nunca duerme». Tu denominación catastral es «avenida», pero para todos quienes crecimos en Buenos Aires, seguirás siendo la calle a la cual nos asomamos un día -como gorriones curiosos-en nuestra primera llegada al «centro», de pantalones largos. Desde ese entonces, asumimos que vos eras la extensión emperifollada de una calle cualquiera del suburbio, esa misma que nos vio nacer y fatigar veredas, a fuerza de trompo y billarda, pelota «de veinte» y primer arrime siestero a la sombra de algún plátano, tipa o paraíso. Entonces, ¿cómo podríamos cambiarte tu nombre, reliquia de la identidad porteña?, si vos sos la dueña de la mágica aventura que transpira barrio. Precisamente por eso, los porteños nunca podremos sentirte «avenida», porque siempre fuiste y serás un remanso transitado por infinidad de personajes «Inmortales» del quehacer artístico perfumados de bohemia, libros, café, copas, fueye y milonga; donde aún hoy, entrada la noche, se percibe la presencia de esos duendes que evocan el ayer. Elocuente emporio de luces acariciadas por la esperanza del «hombre que está solo y espera» y del andar acompasado de minas sobradoras y de las otras, a quiénes el destino les hizo «envidiar a tanta gente que tiene para el buyón». Extraña mezcla de olor a empanada, sabor a pizza y bife a caballo o milanesa cortada al plato. El drama, la comedia y el sainete se descolgaban de tus marquesinas de colores, para confundirse con la realidad del porteño y acompañarlo a las viejas librerías en cuyas trastiendas -llenas de sabiduría y poesía-recalaba nuestra cultura. Cine, cabaret, heladería y algún «copetín al paso» completaron tu geografía de aire enrarecido, en tiempos en que la «Revista porteña» se vestía de gala con sus reinas indiscutibles e inalcanzables. A tu alrededor, las voces de los canillas descendían de los tranvías pregonando en noches sin sueño : “Crítica”, “Noticia” y “Razón”; en tanto tres bolas de marfil al chocar, te regalaban una serie de carambolas y un “póquer de ases servido”, completaba la “generala” de la vida nocturna. ¡Calle Corrientes!…donde pocillos de café junto a cenizas de puchos descuidados y un ¡Se lustra señor! , se mezclaban con el sonido de las copas al lavarse. Tus fragores fueron imanes que atrajeron la pasión por el fútbol y las carreras; en tanto que allí, cerca del puerto, con frente de tarjeta postal, el glorioso Luna Park fue testigo de vidas vertiginosas, como la de aquél campeón amado y odiado que paseó por el ring su efímera gloria y que al intentar hacerle una finta imposible al destino, ya amortajada de verde su mirada, susurró: ….”No me dejés tirado hermano…”, en un final absurdo Te silbaron los carteros por Alem, el obelisco fue piolín en tu topografía y en un juego de “feca” y tango, prestigiaron tus veredas locales perdidos hoy en el recuerdo: la “Cabildo”, el “Germinal” y “El Nacional”, sin olvidar el “Marzzotto”, “Dandy”, “Café Domínguez” y el “Quitapenas” del adiós. Curda ya de recuerdos, traspasamos Callao y al llegar a Pueyrredón extrañamos el olor a té con limón y las fichas de dominó esparcidas sobre mesas de mármol del bar “León”. Caminamos sin prisa sobre baldosa humedecidas y pasando Anchorena, notamos la ausencia del bar “La Cueva”, en el cual Carlitos saboreaba su café, mientras esperaba el taxi que lo alejaría – solamente por un “ratito” – de su barrio. Valía la pena entonces continuar hasta “El Abasto”, donde cajones de frutas y verduras inexistentes hoy, se agolpan en la memoria , junto a sudores proveniente del trajín amanecido de “chatas”, el grito del “changa” y el recuerdo de aquellas fondas con manteles de “estraza” y vino Battaglia, luciendo altaneras el tentador cartel de “HOY BUSECA”. Barrio del Abasto: ¡“Cacho” de Buenos Aires que todavía añora el canto de “El Morocho!”. Al alcanzar tu cruce con Medrano, caemos en la cuenta que ya no está la “vitrolera” cruzada de piernas en el palco de “El Condor” y no existen vías de tranvías, ni conventillos proletarios. Llegando después a Villa Crespo notamos que el café «Venturita» que ayer derramaba tangos, hoy es sólo un recuerdo y al cruzar de madrugada el Maldonado, caemos en la cuenta que el viejo «Imperio»y «El Argentino» ya no esperan a las barras trasnochadas de entonces. Resignados, solamente nos queda seguir la huella del ayer y enderezar rumbo al umbral de la estación del antiguo Lacroze, desde donde podemos divisar nuestro destino final de piedra y olvido.. ¡Calle Corrientes!, Si los porteños te llamáramos “Avenida”, sería como tratar “de usted” a una hermana. (Artículo extraído de Buenos Aires antiguo)

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